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Vinculan a los Castro con los narcos.
Por Gonzalo Guillén / El Nuevo Herald.
Bogota, colombia. 07 DE agosto 2005. La vieja y aparentemente cada vez
más confirmada denuncia sobre los vínculos de Fidel Castro y de su
hermano Raúl con el narcotráfico internacional vuelve al ruedo de la
actualidad con la aparición de El gran engaño, último libro del veterano
periodista alemán-uruguayo José Antonio Friedl, quien concluye que al
gobierno cubano le cabe el apelativo de Cartel de La Habana y agrega:
nada tiene que envidiarle a otros carteles de la droga.
Friedl recuerda que Fidel Castro se encuentra entre las personas más
ricas del mundo, de acuerdo con la revista Forbes, con un patrimonio
estimado en $1,400 millones, y ocupa el décimo lugar entre los 200
hombres más acaudalados de la Tierra.
Esa fortuna de Castro, dice Friedl citando a Forbes, está representada
en depósitos en diferentes países y bancos a través de testaferros.
Empero, este libro, editado en Buenos Aires por Editorial Santiago
Apóstol, ofrece más evidencias y narraciones sobre vínculos con el
narcotráfico por parte de Raúl Castro que del propio Fidel.
En este sentido, la obra de Friedl, cuya distribución en Miami estará a
cargo de la Librería Universal, coincide con el libro, también próximo a
aparecer en una coedición mexicano-argentina, de Jhon Jairo Velásquez
Vásquez, Popeye, quien fuera secretario privado y tenebroso jefe de
seguridad del extinto narcotraficante Pablo Escobar Gaviria.
En mayo pasado Popeye anticipó que revelará cómo Raúl Castro,
vicepresidente cubano y hermano de Fidel Castro, mantuvo estrechos y
constantes contactos con el cartel de la cocaína de Medellín y protegió
durante años embarques de droga que llegaron a Miami a través de Cuba.
El que estaba enterado era Raúl, nunca se supo si Fidel sabía, aclaró
Popeye, quien tras un silencio de doce años en prisión acaba de
propiciar el arresto del ex senador liberal colombiano Alberto
Santofimio Botero al que acusa de haber convenido con Pablo Escobar el
asesinato, en 1989, del candidato presidencial Luis Carlos Galán,
magnicidio por el que el propio Popeye está purgando una condena de 30
años de prisión.
El libro de Friedl es ante todo una meticulosa compilación de
publicaciones y de documentos oficiales dispersos y algunos inéditos, en
su mayor parte estadounidenses, que en diversas épocas se han ocupado de
recoger información sobre el tráfico ilícito de drogas y el gobierno
cubano.
El gran engaño despierta el apetito del lector con un capítulo de
abrebocas en el que muestra cómo Fidel Castro y su régimen se alimentó
por primera vez en 1956 con dineros del tráfico de marihuana.
Después de haber sobrevivido al desastroso desembarco con el famoso yate
Granma, en el año 1956, Castro busca la protección económica de un tal
Crescencio Pérez, un poderoso líder campesino que controlaba la
comercialización de la marihuana en varias regiones de la isla, relata
Friedl.
En los archivos del FBI, a partir de 1958 existe documentación según la
cual desde La Habana ya se articulaba por entonces una primitiva red de
narcotráfico que fue llamada Medellín-Habana-Conection, presuntamente
ligada a la desbordante causa revolucionaria cubana. Un año más tarde
(1959), con la orientación del propio FBI, las autoridades colombianas
encontraron en El Poblado, cerca de Medellín, un laboratorio apropiado
para procesar morfina, heroína y cocaína.
La obra de Friedl cita informes desclasificados de agencias de seguridad
estadounidenses, según los cuales desde los años 60 Fidel Castro comenzó
a servirse del dinero de la cocaína, cuando ese negocio era manejado a
escala global por chilenos. Los colombianos comenzaron a tomar el
control en los años 70.
En el verano de 1961, de acuerdo con uno de los informes desclasificados
funcionarios cubanos del más alto rango se encuentran con el senador
chileno Salvador Allende, para discutir el establecimiento de una red de
distribución de cocaína que ayude a financiar la revolución en Chile y
al mismo tiempo al régimen cubano que ya tenía carencia de fondos,
revela Friedl.
Estos vínculos primitivos de los hermanos Castro con el tráfico de
drogas se refrendarían de manera creciente a lo largo del tiempo y
harían que los líderes de la revolución pudieran amasar capitales
incalculables, muchos de ellos blanqueados y atesorados a través de la
oficina MC (abreviatura de Moneda Convertible), apéndice del Ministerio
del Interior. En La Habana era una broma muy conocida el llamar al MC
como las siglas de marihuana y cocaína, apunta Friedl.
El virtual itinerario del castrismo por entre el narcotráfico tiene uno
de los episodios más extendidos y vigorosos en la relación con el
narcotraficante estadounidense Robert Vesco, a través del cual Fidel y
Raúl habrían articulado una intrincada red de movimiento de cocaína
colombiana con estaciones en Panamá, Nicaragua y Cuba. Las ganancias
cubanas fueron multimillonarias.
El gran engaño abunda en informes y reseñas sobre las ya conocidas
relaciones entre el tristemente célebre narcotraficante colombiano
Carlos Lehder, los hermanos Castro, el ex dictador panameño Manuel
Antonio Noriega y el régimen sandinista de Nicaragua.
Raúl Castro aceptó implícitamente la utilización del narcotráfico como
venganza histórica frente al imperio americano, sostiene Friedl y una
amenazante trifulca entre Noriega y los principales narcotraficantes
colombianos por el allanamiento policial de un productivo laboratorio de
cocaína en las selvas panameñas del Darién, en los años 80, fue dirimida
directamente por Fidel Castro.
Entre las principales bases que Raúl Castro puso en Cuba a disposición
del cartel de Medellín, a lo largo de los años 80, figuran la de Cayo
Largo y la del pueblo de Moa, provincia de Oriente, donde funcionó una
de las plantas de procesamiento de droga más importantes del mundo,
expone Friedl.
El complejo de Moa estaba directamente bajo el control del Estado Mayor
del Ejército Comunista Cubano y estaba custodiado por una guarnición
especial al mando del general Fernando Vecino Alegret. Con el transcurso
del tiempo Moa se iba a convertir en el paraíso para una serie de
narcotraficantes internacionales requeridos por las justicias de sus
respectivos países, asegura Friedl.
El gran engaño también abunda en detalles sobre las ligaduras de Pepe
Abrantes, ministro cubano del Interior, con activas rutas de tráfico de
cocaína a través de Cuba, Panamá, México y Nicaragua.
También ofrece nuevos detalles y reflexiones sobre el infortunado
general Arnaldo Ochoa, quien tras un juicio sumario por narcotráfico fue
fusilado junto con el coronel Antonio La Guardia y los capitanes Amado
Padrón y Jorge Martínez Valdez. Con sus muertes desaparecieron
potenciales testigos sobre los vínculos de los hermanos Castro con el
cartel de Medellín y otras organizaciones mafiosas.
La droga llegaba directamente a Cuba. Lo hacían a veces a través de
Centroamérica o directamente a Cuba, en aviones, y de ahí, en lanchas, a
Miami, sostiene el colombiano alias Popeye sobre su libro Sangre,
Traición y Muerte, que, por su parte, se pondrá coincidencialmente a
circular con capítulos que tocan los mismos temas del libro de Friedl.
José Friedl, nació en Montevideo hace 62 años. Durante más de tres
décadas ha sido analista político y periodista internacional para medios
europeos e hispanoamericanos.
Tiene más de 10 libros publicados, uno de ellos sobre la revolución
cubana y otro sobre Tania, la enigmática espía que vivió a la sombra del
Che Guevara.
Fuente: El Nuevo Herald.
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