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Detengamos "Su Guerra" contra todo el pueblo.
Editorial, La Nueva Cuba, Julio 28, 2005.

Este es un llamado a toda conciencia universal, para que se detenga la guerra de Castro, "su Guerra contra Todo el Pueblo". La Guerra planeada, la anunciada, la amenazada desde siempre. No para esparcir napalm sobre los eritreos, ni ensayar armas químicas y biológicas como lo hizo en Angola. La Guerra de Fidel Castro contra su propio pueblo, la que ha sostenido por medio siglo en su perfectamente diseñado "conflicto de menor intensidad" - como dirían los expertos -, contra la nación cubana. Pero ahora hablamos de la tremebunda, la holocáustica, la que nos ha prometido, con la que quiere junto a él, que todo termine; él que sin remedio ya se apaga.

Protegido por su guardia pretoriana, rodeado de ansiosos y aprensivos acólitos, aullaba el déspota la otra noche en un teatro capitalino como la fiera herida desde su madriguera. Estamos ante la escenografía de finales. La psicología de estos últimos días es la del bunker berlinés. Está en el aire.

¿Cuánto tiempo nos falta? Nadie lo sabe. La lenta agonía de su muerte política puede tomar aún cierto tiempo. Quizás lo que a Castro le falte. Nosotros los cubanos somos su disparo en la sien, su último acto.

No era posible precisar que podría ser más espantoso: aquel despojo de hombre minimizado, haciéndose pedazos ante los ojos de toda una nación, por sus maldades, el desgaste del poder y los años, o el peligroso, pero deprimente espectáculo de los días finales de un dictador que alguna vez colocara al mundo al borde de una III y última guerra mundial y rogara a Rusia hasta el cansancio que iniciase un intercambio nuclear con los Estados Unidos de América.

Pero entre líneas Fidel Castro quería que se leyese; que leyésemos quería, el precio con el que pretende hacernos pagar por el fracaso de sus ambiciones megalomaníacas de grandeza y por nuestra voluntad irreductible de no resignarnos a la opresión; por nuestra vocación por las libertades.

A unos 50 kilómetros al Sur del teatro Carlos Marx, los restos de su ejército mercenario ensayaban los posibles horrores del acto final: "su guerra contra todo el pueblo".

El dictador se jactó de sus "pogroms", de su brigadas fascistas de acción rápida, de esos que con ocultas cabillas de hierro dentro de periódicos enrollados, golpean inmisericordes a pacíficos ciudadanos que se atreven a ejercer un derecho universal de manifestar inconformidad de manera serena y civilista, sitian a los que opinan distinto en sus casas y arrastran a mujeres escaleras abajo mientras les hacen tragar sus poemas.

Este es el régimen que arroja en pútridas mazmorras a periodistas, en celdas de castigo a médicos, y tiembla ante dos docenas de mujeres vestidas de blanco.

Fidel Castro ha jurado que no cruzaremos ni un milímetro más allá de lo que nos toleraría, en una calles que son nuestras, y ha prometido hundir nuestra Isla en el océano antes que permitir que seamos libres.

Su senilidad no atenúa lo letal de sus malvados designios, sino que los revela en una luz más cruda y grotesca. Sus demonios no deben ser sobrestimados, ni subestimados.

Su inestabilidad emocional no debe ser ignorada. Se propone llevar a cabo "su guerra contra todo el pueblo", hasta las últimas consecuencias. Debemos impedírselo. En todo el planeta hay aún hombres y mujeres decentes que comparten ya estas angustias nuestras ante la indefensión y lo inerme de nuestro pueblo.

En este ambiente apocalíptico para Cuba, donde toda solidaridad es deseada, los europeos en general, con clara excepciones, continúan a la escucha de las recetas aparentemente indolentes y rencorosas del zapaterismo. ¿ Indolentes? ¿ Rencorosas? Digamos sin tapujos: son cómplices, son cómplices.

¿Que más es necesario que ocurra para que esa política complicitada de la España del PSOE -que no fracasada, porque alcanza el fin de sus verdaderas e innobles intenciones-, sea desestimada?

Francia lamentablemente con sus dos caras: la de la toma de la Bastilla y la otra colaboracionista y prostituida de Vichi. Y mientras Canadá cuenta sus monedas esparcidas...

Llamamos a los hombres y mujeres dignos del planeta, a los gobiernos del mundo, de Europa y de los de nuestros hermanos latinoamericanos, a buscar un concierto universal que detenga la locura, clausure el manicomio caribeño y tome responsabilidades antes de que el desastre y la sangre sean los únicos pretextos para la cordura y la decencia.