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La República Española ante
la Revolución cubana.
Por José Martí y Pérez
Madrid, España. 15 de febrero de 1873. La gloria y el triunfo no son
más que un estímulo al cumplimiento del deber. En la vida práctica
de las ideas, el poder no es más que el respeto a todas las
manifestaciones de la justicia, la voluntad firme ante todos los
consejos de la crueldad o del orgullo. –Y cuando el acatamiento a la
justicia desaparece, y el cumplimiento del deber se desconoce,
infamia envuelve el triunfo y la gloria, vida insensata y odiosa
vive el poder.
Hombre de buena voluntad, saludo a la República que triunfa, la
saludo hoy como la maldeciré mañana cuando una República ahogue a
otra República, cuando un pueblo libre al fin comprima las
libertades de otro pueblo, cuando una nación que se explica que lo
es, subyugue y someta a otra nación que le ha de probar que quiere
serlo. –Si la libertad de la tiranía es tremenda, la tiranía de la
libertad repugna, estremece, espanta.
La libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la
frente manchada de sangre. La República española abre eras de
felicidad para su patria: cuide de limpiar su frente de todas las
manchas que la nublan, –que no se va tranquilo ni seguro por sendas
de remordimientos y opresiones, por sendas que entorpezcan la
violación más sencilla, la comprensión más pequeña del deseo
popular.
No ha de ser respetada voluntad que comprime otra voluntad. Sobre el
sufragio libre, sobre el sufragio consciente e instruido, sobre el
espíritu que anima el cuerpo sacratísimo de los derechos, sobre el
verbo engendrador de libertades álzase hoy la República española. ¿Podrá
imponer jamás su voluntad a quien la exprese por medio del sufragio?
¿podrá rechazar jamás la voluntad unánime de un pueblo, cuando por
voluntad del pueblo, y libre y unánime voluntad se levanta?
No prejuzgo yo actos de la República española, ni entiendo yo que
haya de ser la República tímida o cobarde. Pero sí le advierto que
el acto está siempre propenso a la injusticia, sí le recuerdo que la
injusticia es la muerte del respeto ajeno, sí le aviso que ser
injusto es la necesidad de ser maldito, sí la conjuro a que no
infame nunca la conciencia universal de la honra, que no excluye por
cierto la honra patria, pero que exige que la honra patria viva
dentro de la honra universal.
Engendrado por las ideas republicanas entendió el pueblo cubano que
su honra andaba mal con el Gobierno que le negaba el derecho de
tenerla. Y como no la tenía, y como sentía potente su necesidad, fue
a buscarla en el sacrificio y el martirio, allí donde han solido ir
a encontrarla los republicanos españoles. Yo apartaría con ira mis
ojos de los republicanos mezquinos y suicidas que negasen a aquel
pueblo vejado, agarrotado, oprimido, esquilmado, vendido, el derecho
de insurrección por tantas insurrecciones de la República española
sancionado. Vendida estaba Cuba a la ambición de sus dominadores;
vendida estaba a la explotación de sus tiranos. Así lo ha dicho
muchas veces la República proclamada. De tiranos los ha acusado
muchas veces la República triunfante. Ella me oye: ella me defienda.
La lucha ha sido para Cuba muerte de sus hijos más queridos, pérdida
de su prosperidad que maldecía, porque era prosperidad esclava y
deshonrada, porque el Gobierno le permitía la riqueza a trueque de
la infamia, y Cuba quería su pobreza a trueque de aquella concesión
maldita del Gobierno. ¡Pesar profundo por los que condenen la
explosión de la honra del esclavo, la voluntad enérgica de Cuba!
Pidió, rogó, gimió, esperó. ¿Cómo ha de tener derecho a condenarla
quien contestó a sus ruegos con la burla, con nuevas vejaciones a su
esperanza?
Hable en buen hora el soberbio de la honra mancillada, –tristes que
no entienden que sólo hay honra en la satisfacción de la justicia:–defienda
en buen hora el comerciante el venero de riquezas que escapa a su
deseo:–pretenda alguno en buen hora que no conviene a España la
separación de las Antillas. Entiendo, al fin, que el amor de la
mercancía turbe el espíritu, entiendo que la sinrazón viva en el
cerebro, entiendo que el orgullo desmedido condene lo que para sí
mismo realza, y busca, y adquiere; pero no entiendo que haya cieno
allí donde debe haber corazón.
Bendijeron los ricos cubanos su miseria, fecundóse el campo de la
lucha con sangre de los mártires, y España sabe que los vivos no se
han espantado de los muertos, que la insurrección era consecuencia
de una revolución, que la libertad había encontrado una patria más,
que hubiera sido española si España hubiera querido, pero que era
libre a pesar de la voluntad de España.
No ceden los insurrectos. Como la Península quemó a Sagunto, Cuba
quemó a Bayamo; la lucha que Cuba quiso humanizar, sigue tremenda
por la voluntad de España, que rechazó la humanización; cuatro años
ha que sin demanda de tregua, sin señal de ceder en su empeño, piden,
y la piden muriendo, como los republicanos españoles han pedido su
libertad tantas veces, su independencia de la opresión, su libertad
del honor. ¿Cómo ha de haber republicano honrado que se atreva a
negar para un pueblo derecho que él usó para sí?
Mi patria escribe con sangre su resolución irrevocable. Sobre los
cadáveres de sus hijos se alza a decir que desea firmemente su
independencia. Y luchan, y mueren. Y mueren tanto los hijos de la
Península como los hijos de mi patria. ¿No espantará a la República
española saber que los españoles mueren por combatir a otros
republicanos?
Ella ha querido que España respete su voluntad, que es la voluntad
de los espíritus honrados: ella ha de respetar la voluntad cubana
que quiere lo mismo que ella quiere, pero que lo quiere sola, porque
sola ha estado para pedirlo, porque sola ha perdido sus hijos muy
amados, porque nadie ha tenido el valor de defenderla, porque
entiende a cuánto alcanza su vitalidad, porque sabe que una guerra
llena de detalles espantosos ha de ser siempre lazo sangriento,
porque no puede amar a los que la han tratado sin compasión, porque
sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas humeantes no se
levantan edificios de cordialidad y de paz. No la invoquen los que
la hollaron. No quieran paz sangrienta los que saben que lo ha de
ser.
La República niega el derecho de conquista. Derecho de conquista
hizo a Cuba de España.
La República condena a los que oprimen. Derecho de opresión y de
explotación vergonzosa y de persecución encarnizada ha usado España
perpetuamente sobre Cuba.
La República no puede, pues, retener lo que fue adquirido por un
derecho que ella niega, y conservado por una serie de violaciones de
derecho que anatematiza.
La República se levanta en hombros del sufragio universal, de la
voluntad unánime del pueblo.
Y Cuba se levanta así. Su plebiscito es su martirologio. Su sufragio
es su revolución. ¿Cuándo expresa más firmemente un pueblo sus
deseos que cuando se alza en armas para conseguirlos?
Y si Cuba proclama su independencia por el mismo derecho que se
proclama la República, ¿cómo ha de negar la República a Cuba su
derecho de ser libre, que es el mismo que ella usó para serlo? ¿Cómo
ha de negarse a sí misma la República? ¿Cómo ha de disponer de la
suerte de un pueblo imponiéndole una vida en la que no entra su
completa y libre y evidentísima voluntad?
El Presidente del Gobierno republicano ha dicho que si las Cortes
Constituyentes no votaran la República, los republicanos
abandonarían el poder, volverían a la oposición, acatarían a la
voluntad popular. ¿Cómo el que así da poder omnímodo a la voluntad
de un pueblo, no ha de oír y respetar y acatar la voluntad de otro?
Ante la República ha cesado ya el delito de ser cubano, aquel
tremendo pecado original de mi patria amadísima de que sólo lavaba
el bautismo de la degradación y de la infamia.
¡Viva Cuba española! dijo el que había de ser Presidente de la
Asamblea, y la Asamblea dijo con él. –Ellos, levantados al poder por
el sufragio, niegan el derecho de sufragio al instante de haber
subido al poder; maltrataron la razón y la justicia, maltrataron la
gratitud los que dijeron como el señor Martos. –¡No! –En nombre de
la libertad, en nombre del respeto a la voluntad ajena, en nombre de
la voluntad soberana de los pueblos, en nombre del derecho, en
nombre de la conciencia, en nombre de la República, ¡no!–¡Viva Cuba
española, si ella quiere, y si ella quiere ¡viva Cuba libre!
Si Cuba ha decidido su emancipación; si ha querido siempre su
emancipación para alzarse en República; si se arrojó a lograr sus
derechos antes que España los lograse; si ha sabido sacrificarse por
su libertad, ¿querrá la República española sujetar a la fuerza a
aquella que el martirio ha erigido en República cubana? –¿Querrá la
República dominar en ella contra su voluntad?
Mas dirán ahora que puesto que España da a Cuba los derechos que
pedía, su insurrección no tiene ya razón de existir. –No pienso sin
amargura en este pobre argumento, y en verdad que de la dureza de
mis razones habrá de culparse a aquellos que las provocan. –España
quiere ya hacer bien a Cuba. ¿Qué derecho tiene España para ser
benéfica después de haber sido tan cruel?–Y si es para recuperar su
honra ¿qué derecho tiene para hacerse pagar con la libertad de un
pueblo, honra que no supo tener a tiempo, beneficios que el pueblo
no le pide, porque ha sabido conquistárselos ya?–¿Cómo quiere que se
acepte ahora lo que tantas veces no ha sabido dar? ¿Cómo ha de
consentir la revolución cubana que España conceda como dueña
derechos que tanta sangre y tanto duelo ha costado a Cuba defender?–España
expía ahora terriblemente sus pecados coloniales, que en tal extremo
la ponen que no tiene ya derecho a remediarlos. –La ley de sus
errores la condena a no aparecer bondadosa. Tendría derecho para
serlo si hubiera evitado aquella inmensa, aquella innumerable serie
de profundísimos males. Tendría derecho para serlo si hubiera sido
siquiera humana en la prosecución de aquella guerra que ha hecho
bárbara e impía.
Y yo olvido ahora que Cuba tiene formada la firme decisión de no
pertenecer a España: pienso sólo en que Cuba no puede ya
pertenecerle. La sima que dividía a España y Cuba se ha llenado, por
la voluntad de España, de cadáveres. –No vive sobre los cadáveres
amor ni concordia;–no merece perdón el que no supo perdonar. Cuba
sabe que la República no viene vestida de muerte, pero no puede
olvidar tantos días de cadalso y de dolor. España ha llegado tarde;
la ley del tiempo la condena.
La República conoce cómo la separa de la Isla sin ventura ancho
espacio que llenan los muertos;–la República oye como yo su voz
aterradora;–la República sabe que para conservar a Cuba, nuevos
cadáveres se han de amontonar, sangre abundantísima se ha de verter;–sabe
que para subyugar, someter, violentar la voluntad de aquel pueblo,
han de morir sus mismos hijos. –¿Y consentirá que mueran para lo que,
si no fuera la muerte de la legalidad, sería el suicidio de su honra?–¡Espanto
si lo consiente!–¡Míseros los que se atrevan a verter la sangre de
los que piden las mismas libertades que pidieron ellos! ¡Míseros los
que así abjuren de su derecho a la felicidad, al honor, a la
consideración de los humanos!
Y se habla de integridad del territorio. –El Océano Atlántico
destruye este ridículo argumento. A los que así abusan del
patriotismo del pueblo, a los que así le arrastran y le engañan,
manos enemigas pudieran señalarle un punto inglés, manos severas la
Florida, manos necias la vasta Lusitania.
Y no constituye la tierra eso que llaman integridad de la patria.
Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos de terreno sin
libertad y sin vida, algo más que derecho de posesión a la fuerza.
Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de
fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas.
Y no viven los cubanos como los peninsulares viven; no es la
historia de los cubanos la historia de los peninsulares; lo que para
España fue gloria inmarcesible, España misma ha querido que sea para
ellos desgracia profundísima. De distinto comercio se alimentan, con
distintos países se relacionan, con opuestas costumbres se regocijan.
No hay entre ellos aspiraciones comunes, ni fines idénticos, ni
recuerdos amados que los unan. El espíritu cubano piensa con
amargura en las tristezas que le ha traído el espíritu español;
lucha vigorosamente contra la dominación de España. –Y si faltan,
pues, todas las comunidades, todas las identidades que hacen la
patria íntegra, se invoca un fantasma que no ha de responder, se
invoca una mentira engañadora cuando se invoca la integridad de la
patria. –Los pueblos no se unen sino con lazos de fraternidad y de
amor.
Si España no ha querido ser nunca hermana de Cuba, ¿con qué razón ha
de pretender ahora que Cuba sea su hermana?–Sujetar a Cuba a la
nación española sería ejercer sobre ella un derecho de conquista,
hoy más que nunca vejatorio y repugnante. La República no puede
ejercerlo sin atraer sobre su cabeza culpable la execración de los
pueblos honrados.
Muchas veces pidió Cuba a España los derechos que hoy le querrá
España conceder. Y si muchas veces se negó España a otorgarlos, a
otorgar los que ella tenía, ¿cómo ha de atreverse a extrañar que
Cuba se niegue a su vez a aceptar como don tardío, honor que ha
comprado con la sangre más generosa de sus hijos, honor que busca
hoy todavía con una voluntad inquebrantable y una firmeza que nadie
ha de romper?
Por distintas necesidades apremiados, dotados de opuestísimos
caracteres, rodeados de distintos países, hondamente divididos por
crueldades pasadas, sin razón para amar a la Península, sin voluntad
alguna en Cuba para pertenecer a ella, excitados por los dolores que
sobre Cuba ha acumulado España, ¿no es locura pretender que se
fundan en uno dos pueblos por naturaleza, por costumbres, por
necesidades, por tradiciones, por falta de amor, separados, unidos
sólo por recuerdos de luto y de dolor?
Dicen que la separación de Cuba sería el fraccionamiento de la
patria. Fuéralo así si la patria fuese esa idea egoísta y sórdida de
dominación y de avaricia. Pero, aun siéndolo, la conservación de
Cuba para España contra su más explícita y poderosa voluntad, que
siempre es poderosa la voluntad de un pueblo que lucha por su
independencia, sería el fraccionamiento de la honra de la patria que
invocan. Imponerse es de tiranos. Oprimir es de infames. No querrá
nunca la República española ser tiránica y cobarde. No ha de
sacrificar así el bien patrio a que tras tantas dificultades llega
noblemente. No ha de manchar así honor que tanto le cuesta.
Si la lucha unánime y persistente de Cuba demuestra su deseo
firmísimo de conseguir su emancipación; si son de amargura y de
dolor los recuerdos que la unen a España; si cree que paga cara la
sonoridad de la lengua española con las vidas ilustres que España le
ha hecho perder, ¿querrá esta España nueva, regenerada España que se
llama República española, envolverse en la mengua de una más que
todas injusta, impía, irracional opresión? Tal error sería este, que
espero que no obrará jamás obra tan llena de miseria.
Y en Cuba hay 400 000 negros esclavos, para los que, antes que
España, decretaron los revolucionarios libertad –y hay negros
bozales de 10 años, y niños de 11, y ancianos venerables de 80, y
negros idiotas de 100 en los presidios políticos del Gobierno, –y
son azotados por las calles, y mutilados por los golpes, y viven
muriendo así. Y en Cuba fusilan a los sospechosos, y a los
comisionados del Gobierno, y a las mujeres, y las violan, y las
arrastran, y sufren muerte instantánea los que pelean por la patria,
y muerte lenta y sombría aquellos cuya muerte instantánea no se ha
podido disculpar. Y hay jefes sentenciados a presidio por cebarse en
cadáveres de insurrectos, –y los ha habido indultados por presentar
en la mesa partes de un cuerpo de insurrecto mutilado, –y tantos
horrores hay que yo no los quiero recordar a la República, ni quiero
decirles que los estorbe, –que son tales y tan tremendos, que
indicarle que los ha de corregir es atentar a su honor.
Pero esto demuestra cómo es ya imposible la unión de Cuba a España,
si ha de ser unión fructífera, leal y cariñosa, –cómo es necesaria
resolución justa y patriótica;–que sólo obrando con razón perfecta
se decide la suerte de los pueblos, y sólo obedeciendo estrictamente
a la justicia se honra a la patria, desfigurada por los soberbios,
envilecida por los ambiciosos, menguada por los necios, y por sus
hechos en Cuba tan poco merecedora de fortuna.
Cuba reclama la independencia a que tiene derecho por la vida propia
que sabe que posee, por la enérgica constancia de sus hijos, por la
riqueza de su territorio, por la natural independencia de este, y,
más que por todo, y esta razón está sobre todas las razones, porque
así es la voluntad firme y unánime del pueblo cubano.
Si la conservación de Cuba para España ha de ser, y no podrá
conservarse sino siéndolo, olvido de la razón, violaciones del
derecho, imposición de la voluntad, mancilla de la honra, indigno
será quien quiera conservar la riqueza cubana a tanta costa; indigno
será quien deje pensar a las naciones que sacrifica su honra a la
riqueza.
Hoy que la virtud es sólo el cumplimiento del deber, no ya su
exageración heroica, no consienta su mengua la República, sepa
cimentar sobre justicia sabia y generosa su Gobierno, no rija a un
pueblo contra su voluntad–ella que hace emanar de la voluntad del
pueblo todos los poderes;–no luche contra sí misma, no se infame, no
tema, no se pliegue a exigencias de soberbia ridícula, ni de orgullo
exagerado, ni de disfrazadas ambiciones; reconozca, puesto que el
derecho, y la necesidad, y las Repúblicas, y la alteza de la idea
republicana la reconocen, la independencia de Cuba; firme así su
dominación sobre esta que, no siendo más que la consecuencia
legítima de sus principios, el cumplimiento estricto de la justicia,
sería, sin embargo, la más inmarcesible de sus glorias. –Harto
tiempo han oprimido a España la indecisión y los temores;–tenga, al
fin, España el valor de ser gloriosa.
¿Temerá el Gobierno de la República que el pueblo no respete esta
levantada solución? Esto sería confesar que el pueblo español no es
republicano.
¿No se atreverá a persuadir al pueblo de que esto es lo que le
impone su honor verdadero? Esto significaría que prefiere el poder a
la satisfacción de la conciencia.
¿No pensará como pienso el Gobierno republicano? Esto querría decir
que la República española ni acata la voluntad del pueblo soberano,
ni ha llegado a entender el ideal de la República.
No pienso yo que cederá al temor. –Pero si cediera, esta enajenación
de su derecho sería la señal primera de la pérdida de todos.
Si no obra como yo entiendo que debe obrar, porque no entiende como
yo, esto significa que tiene en más las reminiscencias de sus
errores pasados que la extensión, sublime por lo ilimitada y por lo
pura, de las nuevas ideas;–que turban aún su espíritu orgullo
irracional por glorias harto dolorosas, deseo de retener cosas que
no debió poseer jamás, porque nunca las supo poseer.
Y si como yo piensa, si encuentra resistencia, si la desafía, aunque
no premiase su esfuerzo la victoria, –si acepta la independencia de
Cuba, –porque sus hijos declaran que sólo por la fuerza pertenecerán
a España, y la República no puede usar del derecho de la fuerza para
oprimir a la República, –no pierde nada, porque Cuba está ya perdida
para España;–no arranca nada al territorio, porque Cuba se ha
arrancado ya;–cumple en su legítima pureza el ideal republicano;–decreta
su vida, como si no la acepta, decretará su suicidio;–confirma sus
libertades, que no ha de merecer gozarlas quien niega la libertad de
gobernarse a un pueblo que ha sabido ser libre;–evita el
derramamiento de sangre republicana, y será, si no lo evitase,
opresora y fratricida;–reconoce que pierde, y la pérdida ha tenido
lugar ya, la posesión de un pueblo que no quiere pertenecer a ella,
que ha demostrado que no necesita para vivir en gloria y en firmeza
su protección ni su Gobierno, –y trueca, en fin, por la sanción de
un derecho, trueca, evitando el derramamiento de una sangre virgen y
preciosa, un territorio que ha perdido, por el respeto de los
hombres, por la admiración de los pueblos, por la gloria inefable y
eterna de los tiempos que vendrán.
Si el ideal republicano es el universo, si él cree que ha de vivir
al fin como un solo pueblo, como una provincia de Dios, ¿qué derecho
tiene la República española para arrebatar la vida a los que van
adonde ella quiere ir?–Será más que injusta, será más que cruel,
será infame arrancando sangre de su cuerpo al cuerpo de la
nacionalidad universal. –Ante el derecho del mundo ¿qué es el
derecho de España?–Ante la divinidad futura ¿qué son el deseo
violento de dominio, qué son derechos adquiridos por conquista y
ensangrentados con nunca interrumpida, siempre santificada, opresión?
Cuba quiere ser libre. –Así lo escribe, con privaciones sin cuento,
con sangre para la República preciosa, porque es sangre joven,
heroica y americana. –Cobarde ha de ser quien por temor no satisfaga
la necesidad de su conciencia. –Fratricida ha de ser la República
que ahogue a la República.
Cuba quiere ser libre. –Y como los pueblos de la América del Sur la
lograron de los gobiernos reaccionarios, y España la logró de los
franceses, e Italia de Austria, y México de la ambición napoleónica,
y los Estados Unidos de Inglaterra, y todos los pueblos la han
logrado de sus opresores, Cuba, por ley de su voluntad irrevocable,
por ley de necesidad histórica, ha de lograr su independencia.
Y se dirá que la República no será ya opresora de Cuba, y yo sé que
tal vez no lo será, pero Cuba ha llegado antes que España a la
República. –¿Cómo ha de aceptar de quien en son de dueño se la
otorga, República que ha ido a buscar al campo de los libres y los
mártires?
No se infame la República española, no detenga su ideal triunfante,
no asesine a sus hermanos, no vierta la sangre de sus hijos sobre
sus otros hijos, no se oponga a la independencia de Cuba. –Que la
República de España sería entonces República de sinrazón y de
ignominia, y el Gobierno de la libertad sería esta vez Gobierno
liberticida.
Madrid, 15 de febrero de 1873
José Martí
Fuente:
La Nueva Cuba
Enero 28,
2005
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