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Fidel Castro el gladiador.
Por Wenceslao Cruz
Libertad Digital
España
Ya en la entrevista que le hiciera su amigo Oliver Stone, el dictador
cubano hizo ver su pasión por la película “Gladiator” de Ridley Scott. Y
como si de un circo romano se tratara, Castro dirigió este viernes 14 de
mayo una nueva y teatral marcha. En el discurso inaugural –que pudo
hacer sin desmayarse– se llamó a sí mismo gladiador y como tal le decía
a Bush, según él, el César: “Los que van a morir te saludan” y lamentaba
que “Bush estaría a miles de kilómetros cuando él estaría en la primera
línea de combate”.
Esta inusual valentía de alguien que, desde su juventud, era capaz de
disparar por la espalda a un candidato estudiantil como Leonel Gómez –por
ser el favorito para ganar unas elecciones– es digna de estudio por la
psiquiatría. Ese “arrojo” por querer enfrentarse a un enemigo poderoso
no se corresponde con el miedo atroz que le tiene a la expresión libre
de sus ciudadanos. Y aunque el nivel de cobardía siempre es proporcional
a los abusos que se cometen, nuestro “Gladiador en Jefe” no parece estar
consciente de su falta de valor, por lo que siempre queda expuesto a
hacer el ridículo.
Lo que ha dicho en Madrid la embajadora cubana –repitiendo a sus jefes
de la Habana– de que se quiere ahogar por hambre al pueblo cubano es
cierto. Lo que no es cierto es que sean los EE UU. Las empresas
americanas fueron expropiadas en Cuba, por tanto, no son las que le
pagan los sueldos míseros al cubano. Los americanos no son los que ponen
los precios elevadísimos a los productos básicos en Cuba, imposibles de
pagar por un trabajador cubano, con el objetivo de que recurra a sus
familiares en el exterior para que le ayude. Los cubanos exiliados
sabemos muy bien que nosotros no ayudamos a nuestros familiares,
nosotros pagamos un rescate continuo a un secuestrador que “garantiza”
la supervivencia de sus rehenes y cada vez chantajea más, e incrementa
indiscriminadamente los precios que van desde una simple llamada
telefónica –solo permitida en un solo sentido, algo que prueba la
incomunicación del rehén– a un simple medicamento.
Querer culpar a los americanos de la situación cubana actual es intentar
disfrazar el fracaso social, político y económico de una forma tan
absurda que –para desmentirlo– sólo hace falta remitirse a cuando
existía el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), donde la economía
era sostenida por los aliados comunistas a cambio del posicionamiento
político e ideológico común, y del asesoramiento y envío de tropas
militares cubanas a conflictos internacionales –ya sea para ocasionarlos
o para ponerse del lado de una de las partes– a nombre de un llamado
“Internacionalismo proletario”. En ese tiempo a Castro nunca le interesó
comerciar con quien representa a los ciudadanos que expropió.
Pero ni en el tiempo en que Fidel recibía un jugoso pago por tener la
libertad de todo un pueblo hipotecada mejoró sustancialmente el nivel de
vida del cubano. Cuba, sin ser productora de petróleo, llegó a exportar
parte del que le “regalaba” la URSS sacrificando el consumo –tanto
directo como indirecto– de sus ciudadanos. Eso sí, el dinero para la
verdadera injerencia en Latinoamérica y otras partes del mundo estaba
garantizado.
El valeroso tirano –con su habitual cinismo– considera injerencistas
unas medidas que no van avaladas con tropas. Las medidas no se escudan
bajo el nombre de “Internacionalismo proletario” ni llevan sangre a un
pueblo diferente. Se sostienen en el derecho internacional que deben
tener los ciudadanos de estar informados, de que se respeten sus
derechos y las violaciones de esos derechos sean conocidas y condenadas
por los países que comparten los valores e ideales de libertad y
democracia. Se sostienen por un concepto de solidaridad incapaz de
comprender por un esquizofrénico payaso que se cree un gladiador pisando
la arena, cuando lo que pisa es la tierra desértica en que ha convertido
un gran país.
Fuente: La Nueva Cuba
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José F. Sánchez
E.U.
La Nueva Cuba
Mayo 15, 2004
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