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Artículos
Las "Putas Tristes" de Fidel.
Por Mario Vargas Llosa
Entre los defectos de Fidel Castro no figura la disimulación. En los 45
años que lleva en el poder -la dictadura más larga en la historia de
América Latina- nunca ha pretendido engañar a nadie sobre la naturaleza
de su régimen ni sobre los principios en que se funda su manera de
gobernar.
Cuba vive bajo un sistema "comunista" (son sus palabras), que, según él,
es más justo, más igualitario y más libre que las putrefactas
democracias capitalistas, a las que en todos sus cacofónicos discursos
el "comandante" manifiesta siempre el soberano desprecio que le merecen,
y a las que les pronostica que más pronto que tarde se desmoronarán bajo
el peso de su corrupción y sus contradicciones internas. Es posible que
Castro sea la única persona en Cuba que todavía crea esas sandeces, pero,
sin duda, se las cree, y como en la isla reina un totalitarismo vertical
donde el Jefe Máximo tiene poderes omnímodos y es la única fuente de la
verdad, el sistema funciona en razón de semejantes convicciones,
machacadas por la propaganda unidimensional ante los cubanos como si
fueran axiomas revelados. (Es por esta razón que Reporteros Sin
Fronteras acaba de situar a Cuba en el lugar 166, entre 167 países
examinados, en lo que concierne a la libertad de prensa, es decir, en el
penúltimo lugar: el último le corresponde a Corea del Norte).
El "comandante" lo ha hecho saber hasta la saciedad: como el régimen
comunista cubano es superior a las democracias occidentales no va a
cometer la debilidad de incurrir en aquello que le piden sus enemigos
con el solo propósito de destruirlo; es decir, admitir elecciones libres,
libertad de expresión, de movimiento, tribunales y jueces independientes,
alternancia en el poder, etcétera. Esas instituciones y prácticas son
cortinas de humo para la explotación y la discriminación que proliferan
en las democracias "social-pendejas", exquisita vulgaridad inventada por
Castro para denigrar a los socialistas y socialdemócratas que lo
critican y que son blancos constantes de sus diatribas.
¿Para qué convocaría a elecciones libres un Gobierno que cuenta con el
99,9% de la población? ¿Para sembrar la división y el caos en esa
hermosa unidad sin cesuras que garantiza el régimen de partido único?
Quienes piden aquellas consultas electorales, libertad de partidos
políticos, prensa independiente y cosas por el estilo, quieren, en
verdad, abrir las puertas de Cuba a los imperialistas empeñados en
acabar con las grandes "conquistas sociales" de la revolución -¿debe
incluirse entre ellas el haber enviado a los homosexuales junto a
delincuentes comunes a campos de concentración en los tiempos de las
UMAP?- y convertir a Cuba en una democracia neocolonial, seudoliberal y
social-pendeja, donde once millones de cubanos serían explotados sin
misericordia por un puñado de capitalistas yanquis.
Quienes piden semejantes cambios son, pues, pura y simplemente, enemigos
de la revolución, agentes del imperialismo y deben ser tratados como
delincuentes, criminales y traidores a su patria. No son meras palabras
de un paranoico megalómano sino una convicción respaldada por 45 años de
conducta rectilínea, en los que Castro no ha dado un solo paso atrás en
semejante profesión de fe. Ésta se ha visto materializada una y otra vez
en encarcelamientos masivos, una represión sistemática, brutal y
desproporcionada ante la más mínima manifestación de disidencia, con
escarmientos periódicos en los que reales o supuestos desafectos al
sistema son juzgados y condenados, en juicios tan grotescos como los que
se llevaban a cabo en la URSS estalinista, a penas feroces, entre las
que, de cuando en cuando, figura la pena de muerte por fusilamiento. Que,
a pesar de esta política de terror sistemático y desprecio supino a los
más elementales derechos humanos, haya todavía cubanos, como el poeta
Raúl Rivero y sus 75 compañeros encarcelados en la última oleada
represiva, que, desde las cárceles donde se pudren en vida, mantengan
vivo el espíritu de resistencia, no sólo asombra y llena de admiración:
además, demuestra, como lo ha subrayado Vaclav Havel en el homenaje que
acaba de rendirles, que aun dentro de las sociedades devastadas por el
oscurantismo más prolongado y el horror más abyecto, la libertad
encuentra siempre la manera de sobrevivir.
Que este régimen tenga todavía partidarios en el extranjero no tiene por
qué sorprender. El odio que la sociedad abierta inspira a muchos, los
lleva a preferir una dictadura "social" a la democracia, y por eso
deploran la caída del muro de Berlín, la desintegración de la Unión
Soviética y la conversión de China Popular a un capitalismo desenfrenado
y "salvaje" (aquí sí es admisible la expresión). Desde luego, yo creo
que quienes piensan así están equivocados y que muchos de ellos no
podrían soportar 24 horas en una sociedad como la que defienden, pero,
si creen eso, es lógico que se muestren solidarios de una satrapía que
encarna sus propios ideales y aspiraciones políticas. Hay que
reconocerles cuando menos una indiscutible coherencia en su proceder.
No la hay, en cambio, sino incongruencia y confusión, en que
intelectuales, políticos o Gobiernos que se dicen democráticos, sirvan
los intereses de un régimen que es el enemigo número uno de la cultura
democrática en el hemisferio occidental y, en vez de mostrarse
solidarios con quienes en Cuba van a prisión, viven como apestados,
sometidos a toda clase de privaciones y tropelías o dan sus vidas por la
libertad, apoyen a sus verdugos y acepten jugar el lastimoso papel de
celestinas, cómplices o "putas tristes" -para emplear un término de
actualidad- de la dictadura caribeña.
Es un insulto a la inteligencia pretender hacer creer a cualquiera que
haya seguido someramente el casi medio siglo del régimen cubano, que la
manera más efectiva de conseguir "concesiones" de Castro es el
apaciguamiento, el diálogo y las demostraciones de amistad con su
tiranía. Y lo es porque el propio Fidel Castro se ha encargado de manera
contundente de disipar cualquier malentendido al respecto: él tiene
cómplices, cortesanos, sirvientes, que colaboran con su política, sus
designios, su Gobierno y su modelo político-social, de los que ninguno
de sus numerosos "amigos" lo ha hecho apartarse jamás un milímetro. Es
verdad que, a veces, algunos de esos politicastros convenencieros o
intelectuales en pos de credenciales progresistas que van a retratarse
con él y a echarle una mano publicitaria reciben como regalo un preso
político, que luego exhiben como coartada de su duplicidad. Pero esa
asquerosa trata de presos en vez de mostrar un ablandamiento del régimen
-que reemplaza casi en el acto los que regala por otros nuevos- es más
bien una señal flagrante de su vileza e inhumanidad.¿A qué viene todo
esto? A que el Gobierno español de Rodríguez Zapatero acaba de hacer
pública su intención de apandillar un movimiento para que la Unión
Europea, que, luego de los fusilamientos y condenas a los 75 disidentes
había optado por una política de firmeza ante la dictadura cubana
mientras no hubiera progresos reales en la isla en materia de derechos
humanos, rectifique y opte más bien por el acercamiento y el diálogo
amistoso con Castro, es decir, por cortar toda vinculación y apoyo a sus
opositores. El pretexto es que la "firmeza" no ha dado resultados. ¿Qué
resultados han dado la cobardía y la complicidad con el régimen cubano
de todas esas "democracias" latinoamericanas que votan a favor de Fidel
Castro en las Naciones Unidas y multiplican los gestos de simpatía hacia
él con el argumento de que es preciso ser solidarios con "el hermano
continental"? Por lo menos la política adoptada por la Unión Europea ha
enviado un mensaje claro a los millones de cubanos que no pueden
protestar, que no pueden votar, que no pueden escapar, de que no están
solos, que no han sido abandonados y que las democracias occidentales
están moral y cívicamente de su lado en ese combate en el que, como ayer
los checos, los polacos, los rumanos, los rusos y tantos otros, tarde o
temprano vencerán.
Acercamiento, diálogo, diplomacia privada, son eufemismos mentirosos
para lo que, hablando claro, es una abdicación vergonzosa de un Gobierno
que, en clara contradicción con sus orígenes y su naturaleza democrática,
decide contribuir a la supervivencia de una dictadura tan ignominiosa e
innoble como la de Franco, y una puñalada trapera a los innumerables
cubanos que, como los millones de españoles bajo el franquismo, sueñan
con vivir en un país sin censuras, ni torturas, ni fusilamientos, y sin
la asfixiante monotonía del partido único, la mentira, la vigilancia y
el caudillo omnipresente.
Lo más criticable en este caso es que, los gobernantes españoles, a
menos de haber caído víctimas de una súbita plaga de angelismo pueril,
saben perfectamente que el cambio que proponen a sus aliados europeos
respecto a Cuba, si prosperara, no conseguiría la más mínima apertura
del régimen, y, por el contrario, echaría a sus desfallecientes pulmones
una bocanada de oxígeno (Fidel Castro ya dijo públicamente que la
decisión del Gobierno español era "la correcta"). ¿Por qué lo hacen,
entonces? Para consumo interno. Para probar que también en este ámbito
hay una ruptura radical con el Gobierno anterior. O para dar un poco de
aliento a esos remanentes tercermundistas y estalinianos que, aunque
felizmente muy minoritarios, existen todavía dentro del socialismo
español, muy rezagado en este respecto de sus congéneres británicos,
franceses, alemanes y nórdicos, donde los socialistas no tienen el menor
complejo de inferioridad frente al Gulag tropical cubano.
Mi esperanza es que esos magníficos "social-pendejos" europeos impidan
que esta iniciativa lamentable se materialice. Ella debe ser denunciada
y combatida como lo que es: un acto demagógico e irresponsable que sólo
servirá para apuntalar a la más longeva dictadura latinoamericana. No
debemos permitir que la España democrática, moderna y europea que en
tantos sentidos es un ejemplo para América Latina se convierta en la "puta
triste" de Fidel.
Fuente:
www.camagueyanos.com
Cortesía de J. Carballo.
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