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Artículos
Los ‘Derechos’ de los Mendigos
Por Roberto Solera*
Hoy por hoy el mundo está patasarriba. Los buenos son vistos como malos.
Estos sientan cátedra con su bondad al conceder ‘derechos’ como si
fueran ‘privilegios’ donde el soberano de turno, ‘bondadoso’,
‘caritativo’ y ‘humano’ se digna, desde su Olimpo, mirar
benevolentemente a sus súbditos, sometidos por la fuerza y una
irracional apreciación de lo justo, y por los avatares diarios a los
caprichos ‘reales’ de un ‘reyecito criollo’ escogido en una elección de
un solo candidato por un puñado de paniaguados para ‘dirigir’ la vida y
hacienda de los infortunados ciudadanos, que se ven obligados a aguantar
impávidamente los vaivenes de un Gobierno electo por nadie.
La familia de la Dra. Hilda Molina es un símbolo de la familia cubana,
secuestrada en sus propios lares e imposibilitaba de –para bien o para
mal—tomar las de Villadiego, a su arbitrio y bajo su propia
responsabilidad.
Pero no, se requiere que alguien ajeno a sus infortunios pida
misericordia por ellos para obtener lo que garantiza la Carta de los
Derechos Humanos –puro papel mojado ante algunos aprendices de
dictadores que juegan con sus congéneres como lo hace el gato con su
cautivo ratón.
Es manida la frase del Lugarteniente General del Ejército mambi, Antonio
Maceo Grajales de: Los derechos se conquistan con el filo de los
machetes, pero nunca más oportuna su mención ante los últimos hechos de
la ‘saga Molina’. Ellos decidieron, un dia, que bastaba ya y comenzaron
un éxodo hacia Argentina.
El “gobierno” cubano, por razones que se reserva y que muchos sospechan
se relacionan con el trabajo ‘a lo Mengele’ de la Dra. Molina les han
negado, a ella y a su madre –una anciana, nunca más bien empleada la
palabra --un “arbitrario permiso de salida” heredado del derrocado
régimen dictatorial de Fulgencio Batista, cuya actuación, día a día
palidece, ante las acciones del desgobierno cubano que hoy oprime a
nuestra nación, que es aplicado con una ferocidad nunca vista en nuestra
desafortunada nación insular.
Recuerdo al Tte. Pedroso, encargado de los permisos de salida de Cuba,
allá por la década de los 70s cuando, en mi presencia le decía a un
cubano de a pie: “No me importa que cuando Ud. pidió su salida no se
requiriera enviar un telegrama solicitandola –esto pues habia bajado
literalmente del avión que partía al émulo de Liborio--; si no me trae
copia del telegrama no se va… Suena ridículo e increíble pero doy fé de
su respuesta.
Conocía a Pedroso pues su madre Manuela, había sido cocinera en mi casa
allá por la década del ’50 cuando él era policía en la Decimoquinta
Estación en la Ampliación de Almendares. Allí lo volví a ver cuando tuve
que sacar el permiso de salida en 1954 en un viaje de turismo que hice a
Costa Rica, en los primeros días de enero. La familia de la Dra. Hilda
Molina es un símbolo de la familia cubana, secuestrada en sus propios
lares e imposibilitaba de -–para bien o para mal— tomar las de
Villadiego, a su arbitrio y bajo su propia responsabilidad.
El Gobierno había heredado a Pedroso, igual que le había ocurrido con el
permiso de salida que hoy está vigente, más sofisticado, más cruel, más
irracional, más injusto y sobre todo más violatorio de un derecho
ciudadano reconocido mundialmente.
Ya en 1959, tras el ‘triunfo’ de la revolución el permiso se concedía en
el DIR (Departamento de Investigaciones Rebelde” bajo el mando del
entonces Cmdte. Aldo Vera Serafín, asesinado en Puerto Rico años después.
Se disolvió el DIR –heredero del Buró de Investigaciones comandado
cuando Batista por Orlando Piedra y cuyo edificio en la márgen del Río
Almendares había sido arrasado hasta sus cimientos, tal era el odio que
había provocado.
Más tarde la ‘tarea’ pasó al Departamento Técnico de Investigaciones
(DTI) en Monserrate y Empedrado, en La Habana Vieja, donde se
“habilitaban” los pasaportes con un cuño que dieron en llamar “vigencias”.
En 1961 –en sus finales—se creó el Ministerio del Interior con el temido
Ramiro Valdéz y supervisado, tras bambalinas, por el tenebroso Isidoro
Malmierca Peoli, uno de los cuadros preferidos del Partido Socialista
Popular (PSP) –como dato anecdótico al crearse la UJC (Unión de Jévenes
Comunistas) se extendió la fecha de nacimiento para ser miembro a los 28
años para darle cabida a Malmierca, entonces dirigente de la Juventud
Socialista.
La historia del permiso de salida no finaliza ahi pero su dañino impacto
continúa.
El Minint, brazo verdugo de un régimen tiránico, sangriento, pasó a ser
conocido como “El Ministerio” pues de ese modo se consideraba que tenía
todo el poder y los otros “ministerios” eran algo a lo “Mickey Mouse”.
Como colofón a la saga Molina, no analizo los detalles de aquéllos que
la consideran una paniaguada del régimen, galardonada por su labor en el
susodicho “Ministerio” antes de ser médica y hacerse famosa con sus
experimentos con la placenta de los bebés abortados y los tejemanejes de
sus investigaciones que le dieron “fama”.
No obstante, el principio del derecho a emigrar, a salir
provisionalmente o a incluso quedarse a vivir en otros paises es
inalienable, sin importar si uno se llama Molina o Solera.
Traigo esto a colación pues experimenté en carne propia las
“actuaciones” del Minint en la década de los 70s cuando me retuvo por
siete años tras ir de visita a mi patria, Cuba.
Sé de la frustración, de la ira, del odio que uno siente ante estas
injusticias, las sufra uno u otro ser humano, pero al menos nunca di
gracias al ‘Fidel fidelísimo’ por ‘concederme’ el permiso de salida, que
comenzó entonces a llamarse ‘Tarjeta Blanca’.
En mi caso se necesitó –ironía de ironías—la gestión de un alto miembro
del partido comunista de Costa Rica, Vanguardia Popular y el apoyo del
Gobierno de esa nacion en mi lucha por irme de Cuba. En el de la ‘saga
Molina’ se ha requerido la gestión presidencial argentina para que a una
pobre anciana enferma –tras 13 años de lucha—se le conceda igual ‘gracia”.
Pero dejando atras, de rehén, a su hija la Dra. Hilda Molina.
Creo que a las tiranías no se les debe pedir favores, que no son más que
derechos y sobre todo no darle gracias a los carceleros que hoy abren
las rejas de la prisión donde lo tuvieron a uno encarcelado injustamente.
No estamos en el medioevo ni debe haber siervos de la gleba.
*Roberto A. Solera, escritor cubano y periodista. Es autor de Cuba: Viaje al Pasado y editor y
coautor de Cuba en el Recuerdo, de Alberto de Castro Gillespie.
Además ex editor de mesa en El Nuevo Herald y ex traductor de Newsweek
al español.
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