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El socialismo es una enfermedad mental.
Dr. Armando Ribas

 " El despotismo es imposible si la nación es ilustrada"
 Alexis de Tocqueville

Hace algún tiempo he venido diciendo que el socialismo no es una teoría económica, sino una enfermedad mental. Como no he explicado el porqué, creo que estoy en deuda al respecto y es mi propósito pagarla en esta oportunidad. Yo no soy un especialista en psiquiatría, pero para referirme a este hecho voy a comenzar por definir qué es la locura. Según tengo entendido, la locura es un trastorno en la percepción de la realidad. Es en ese sentido que considero al socialismo, pues su presupuesto base es que el hombre no es como es.

Fue Rousseau quien, en lo que considero su período romántico, escribió que el hombre es bueno pero es corrompido por la sociedad. En 1750 la Academia de Dijon organizó un concurso con la siguiente propuesta: "¿La restauración de las artes y las ciencias ha sido propicia para la purificación de la moral?" En su discurso presentado al concurso, Rousseau contestó: "Hemos visto a la virtud volar tan pronto como las ciencias y las artes aparecieron en el horizonte... Los filósofos antiguos hablaban siempre de moral y virtud; hoy sólo hablan de comercio y dinero". A partir de estos conceptos filosóficos, el "incorruptible", Maximiliano Robespierre, inició el terror racional en mundo al son de los versos de la Marsellesa "se ha elevado el estandarte sangrante...", pero Rousseau ganó el premio de la Academia.

A diferencia de David Hume, quien casi al mismo tiempo predicaba que toda ciencia comienza por la ciencia del hombre, Rousseau y sus seguidores decidieron una ciencia a partir de una creencia sobre el hombre. De hecho, podemos decir que en este intento pretendieron corregirle la plana a Dios. Claro que Jean Jacques podía decir que Dios los había hecho bien y la sociedad los había corrompido. Quizás el ilustre ginebrino olvidó que fue al propio Adán, hecho a su imagen y semejanza, al que echó del Paraíso, donde finalmente fue a parar Saddam Hussein hasta que el "arbusto" del bien y del mal (ciencia aparte) lo echara también. No debe olvidarse que la expulsión de Adán y Eva obedeció no a que trataran de conocer las ciencias y las artes, sino a su pretensión de comer el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y el mal, o sea ser como dioses.

Es decir que la denominada filosofía socialista parte de la pretensión de construir una sociedad con hombres que no existen sino que hay que crearlos. Por supuesto, los creadores del hombre también parecen tener los mismos defectos que Dios percibiera en Adán, pero ellos parecen no oír la voz del Señor. Llegó entonces Kant, quien creía haber descubierto el "ábrete sésamo" de la construcción del hombre racional mediante el imperativo categórico. Y a través de esta puerta inusitada entraba Alí Babá et al. al mundo del poder político absoluto, que Rousseau ya en su vertiente racionalista había santificado a través de la soberanía que monopolizaba la virtud del bien general.

El uso de la razón en términos divinos la convierte en una nueva creencia que cercena al hombre de su parte más humana que son las pasiones, o sea de los sentimientos. Esta falacia venía ya de Platón en el Phaedro, donde dividía el alma humana como un auriga tirado por dos caballos, el blanco que era el bien: la razón; y el negro el malo: las pasiones. De esta fantasía racionalista surgieron las múltiples utopías que se han intentado en este planeta, y su resultado, los totalitarismos del siglo XX.

En ese sentido, vale recordar las palabras de Adam Smith refiriéndose al mundo de las utopías y dice: "La gran mayoría del partido está generalmente intoxicada con la belleza imaginaria de este sistema ideal del cual no tiene experiencia, pero que le ha sido presentado en los más brillantes colores en los cuales la elocuencia de sus líderes los ha podido pintar. Esos líderes, quienes en un principio no habían pretendido otra cosa que su propio engrandecimiento, con el tiempo muchos de ellos se convierten en los tontos de su propia fantasía, y están tan desesperados por esta gran reforma como el más débil y más tonto de sus seguidores." (La teoría de los sentimientos morales)

En el socialismo, entonces, es necesario distinguir entre los que usan a los enfermos y los que padecen realmente esa enfermedad mental, que les impide ver la realidad biológica e histórica del ser humano. Si bien la primera preocupación debe dirigirse a reconocer el carácter de la patología, la supervivencia política requiere asimismo distinguir entre los enfermos y los enfermeros, que son más que enfermeros, "enfermadores". En ese camino, no sólo se encuentran los políticos, sino los intelectuales, incluidos los economistas, como bien lo señala Schumpeter en su Capitalismo, Socialismo y Democracia. Allí el enfant terrible de la escuela austríaca se refiere a ellos de la siguiente manera: "Los intelectuales son de hecho gente que detenta el poder de la palabra hablada y escrita y lo que los distingue de otros que hacen lo mismo es que no tienen responsabilidad por los asuntos prácticos". ¿La profesión de los no profesionales? ¿Diletantismo profesional? "La gente que habla acerca de todo porque no entiende de nada". Pero tampoco deja incólume a los economistas y dice: "Particularmente toda tontería que se ha escrito respecto al capitalismo ha sido propugnada por algún economista".

En fin, lo que vemos es la enfermedad de la locura que es no reconocer la realidad, por más que en algunos casos esa locura incitada es la que lleva al poder. Ya esto lo había percibido Alexis de Tocqueville en su obra El Antiguo Régimen y la Revolución, donde culpaba a los economistas más que a los filósofos por la revolución y aún más, señala que estos habían perdido la noción de los derechos en función de la utilidad pública.

¿Cómo puede ignorarse, no sólo la falibilidad del ser humano racional y emocional y desconocer la realidad del impacto del denominado capitalismo en la creación de riqueza en la historia? Hasta Marx y Engels lo reconocieron en el Manifiesto Comunista, pero igualmente ignoraron sus determinantes para producir esa locura colectiva que fuera el marxismo como sucesor de Rousseau en el siglo XIX. O sea cuando comenzaban a apagarse las luces de la propia razón.

Para conocer el realismo del dictum de Ayn Rand respecto a que el capitalismo no inventó la pobreza, sino que la heredó (sic), basta analizar las cifras de Simón Kuznets en su El crecimiento económico moderno. Allí, demuestra como todo crecimiento económico comenzó hace apenas trescientos años como máximo. Al mismo tiempo, destaca el hecho de que ese crecimiento comenzó en un país, Inglaterra, cuya población representaba menos de un 7% de la población mundial.

Entonces, tenemos la locura de las contradicciones en el socialismo, que es la pretensión de una moral superior, que produciría un mejoramiento de las ciencias y las artes. Consecuentemente, el éxito de la moral sería la causa de su propia decadencia. Del otro lado, el proceso racional de Marx, basado, mal que les pase a muchos liberales, en el imperativo categórico, que lograría la superación de la escasez. Así, Marx sostiene que el Estado desaparecería y el hombre nuevo ya habiendo comido del árbol de la ciencia del bien y el mal, superaría el pecado original en la tierra y retornaría al paraíso de la superación de la escasez.

Hoy los socialistas pretenden lograr y aprovechar el mejoramiento de las ciencias y las artes al mismo tiempo que denigran y destruyen al sistema que las produce. Ignoran, asimismo, que el proceso de la búsqueda del hombre nuevo a través de la dictadura del proletariado ha significado la muerte y la opresión en los países en que se ha aplicado: Rusia, China, Cuba, etc. Pues, como ya decía Tocqueville, la centralización y el socialismo son productos del mismo suelo. El intento de lograrlo, asimismo, genera y perpetúa la pobreza en América Latina y en los demás países subdesarrollados. Pero más evidente aún es la declinación de la economía de los países de la Unión Europea y así como del Japón en la medida que avanza la socialización. O sea los derechos sociales por sobre los derechos individuales a través del Estado.

No obstante esta realidad, la mentalidad anticapitalista persiste tal y como la describiera Von Misses, según la cual la libertad es un prejuicio burgués y la felicidad no reside en lo material. Lamentablemente, el liberalismo, particularmente en Argentina, en lugar de plantear el problema frente al socialismo desde el lado de la ética lo ha hecho desde la economía y la eficiencia, ignorando precisamente, tal como señalara Tocqueville, los derechos. O sea la inmoralidad del sistema que lejos de reducir la burocracia como pretendía Marx, "curiosamente" la multiplica en función del bien común y así la burocracia es la mayor fuente de la corrupción. El hombre nuevo en un puesto público tiene los mismos intereses como ser humano que los ciudadanos comunes, pero son mucho más improductivos y de hecho más inmorales, pues usan el poder tal como lo había previsto el propio Marx en su Crítica a la Filosofía del Estado en su propio beneficio.

Pero insisto, el pathos social no implica pathología en los políticos que, conscientes de aquél, apelan al mismo con el fin de alcanzar el poder político tal como ya había previsto Aristóteles. Es decir, no hay irracionalidad en buscar el poder donde se encuentra, el problema es que la sociedad padece el despotismo que ella misma genera. Se creía amar la libertad y se descubre que sólo se odiaba al tirano (Alexis de Tocqueville).

Fuente: NotiCuba Ed. Buenos Aires