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Artículos
Unidos por una ráfaga de AK-47
Por Lázaro González Valdés* / ex
prisionero de conciencia
Se llamaba Virginia Herrera Brito. Era
morena y tenía unos treinta años de edad. Nació, vivió y murió en la
barriada de Mantilla ubicada en la capital de Cuba. Fue empleada de la
oficina situada en la calle Paco, barriada Víbora Park, donde se pagan
las multas que imponen los funcionarios comunistas del municipio Arroyo
Naranjo. No soy familia suya. Tampoco la conocí pero su muerte me unió a
ella para siempre. Soy quien investigó y denunció su asesinato.
El capitán de la policía política (G-2) de apellido Cortina ordenó
sacarme del calabozo sin agua corriente ni luz eléctrica donde estuve
tres días incomunicado y durmiendo en el piso de concreto junto a ocho
delincuentes comunes.
“Lázaro González Valdés te encuentras en grave problema” –amenazó
Cortina sin esperar a que me sentara en una de las dos sillas
atornilladas al suelo del cuarto de interrogatorios de la estación
policial ubicada en el reparto Poey.
“¿Cuál es ese problema?” -cuestioné.
“No te hagas el ingenuo, tú sabes que la mal llamada Radio Martí sigue
repitiendo la mentira que grabaste para esa emisora enemiga”.
“¿Qué mentira? ¿Qué enemigo?” -inquirí recordando la conveniencia de
responder con preguntas a los interrogadores.
Cortina no siguió mi juego y fue conciso: “Divulgación de noticias
falsas con el propósito de dañar la imagen internacional de la
revolución implica años de prisión. Esta vez me encargaré personalmente
de que te juzguen y condenen con severidad a menos que…”
Capté instantáneamente la insinuación pero no pude rebatirla porque el
del G-2 prosiguió con su exposición intimidante.
“A menos que confieses por escrito tu delito pues contra revolucionarios
como tú, antisociales como tú, deberían ser fusilados para evitarle
problemas al estado” -sentenció Cortina quitándose los espejuelos y
colocándolos sobre la mesa que nos separaba, la cual también estaba
atornillada al piso.
“Fusilar a quien denuncia un crimen es ponerse al lado del criminal” –dije
lentamente al tiempo que imaginaba el regreso al calabozo de tres metros
cuadrados donde los excrementos y orines humanos provenientes de la
letrina repleta se mezclaban al correr por el suelo para herir con saña
el olfato de los detenidos.
“¡Eres un falta de respeto! La revolución debería autorizarme a meterte
un disparo en la cabeza” -chilló Cortina sacando su pistola Makarov, la
que cargó antes de apuntarla hacia mí.
No dije nada. Sólo atiné a mirarlo fijamente. El policía tenía hinchadas
las venas del cuello. Su mirada metía miedo. Respiraba ruidosamente.
Este individuo mataría si se lo ordenan. Sentí sus ganas de matar.
“¿Qué vas a hacer Lázaro González Valdés?” -cuestionó Cortina poniendo
la Makarov sobre la mesa pero sólo donde él podía alcanzarla.
“Voy a escribir la confesión que usted quiere” -respondí.
El capitán levantó su cuerpo sexagenario de la silla, salió de la
habitación y regresó con un bolígrafo y unas hojas blancas de tamaño
legal.
Escribí la fecha, 29 de Julio de 1994, y debajo la frase “A quien pueda
interesar”. Me detuve.
“Voy a confesar, pero con una condición”.
“¿Cuál?”
“Que usted me pare delante a Virginia Herrera Brito”.
“Eso es imposible porque ella está muerta” -indicó Cortina.
“¿Cuál fue la causa?”
“Tú la sabes. Un accidente”.
“Usted llama accidente a morir por una ráfaga de fusil automático
AK-47”.
“Los hechos no ocurrieron como tú dijiste por la enemiga Radio Martí”.
“Dígame usted cómo ocurrieron” -indagué
“Un soldado estaba de guardia, se le disparó el arma y desgraciadamente
impactó a la mujer quien había entrado a la unidad militar sin
autorización. Admite que calumniaste a la revolución y a lo mejor te
puedo ayudar a salir del problema” -declaró el oficial del G-2.
Guardé silencio. Rememoré que una fuente confiable del Partido Pro
Derechos Humanos de Cuba (PPDHC) me avisó el 23 de julio de la muerte de
Virginia Herrera Brito en la finca de auto consumo que el Ministerio de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) tiene en la carretera de El
Lucero, donde Virginia, otra vecina de la zona y cuatro niños le
pidieron permiso al soldado de guardia para recoger algunos mangos. El
militar los autorizó a entrar en la finca advirtiéndoles que sólo podían
recoger los frutos que se hallaban en el suelo. Las dos mujeres y los
menores cumplieron con este requisito pero cuando estaban terminando de
recolectar mangos apareció otro militar quien los regañó por estar
dentro de la propiedad del MINFAR. Fue entonces que Virginia le dijo al
oficial que estaban allí autorizados por el soldado de guardia en la
entrada. El hombre no la escuchó y le grito “¡Cállate, negra de mierda,
si no te voy a callar yo!”. Cuando terminó de ofender verbalmente a
Virginia, el militar cargó el fusil y le disparó una ráfaga que le
reventó ambos senos a la mujer quien murió al instante.
“Admite que calumniaste a la revolución y a lo mejor te puedo ayudar a
salir del problema” -repitió el capitán Cortina golpeando la mesa con el
canto de su mano derecha como acostumbran los karatekas.
No dije nada. Seguí recordando el trabajo que me costó convencer a la
vecina de Virginia para que testimoniara sobre el asesinato. Le dio un
ataque de nervios cuando saqué la grabadora pero por fin pude obtener la
información de fuente confiable como es ella, uno de los sobrevivientes.
También escuche la versión de uno de los niños. Por su parte la familia
de Virginia no colaboró en nada. Estaba aterrorizada. Luego vino la
odisea de comunicarse con Antonio Tang Báez por teléfono en Canadá para
que este activista le hiciera llegar el reporte a Radio Martí y otros
medios. No fue fácil porque éramos objeto de una oleada represiva desde
que el 13 de Julio activistas del PPDHC investigamos y denunciamos el
hundimiento del remolcador 13 de Marzo. Los pocos teléfonos con que
podíamos contar para estas llamadas habían sido desconectados a pesar de
que el servicio estaba pago. Los dueños de los teléfonos también estaban
bajo represión del G-2. Sin embargo, se abrieron nuevas puertas y pude
denunciar el asesinato de Virginia Herrera Brito el 25 de Julio. Al otro
día me arrestaron.
“No puedes calumniar a la revolución, dañarla internacionalmente y
quedar impune”
–sentenció el oficial del G-2.
Aquello era el colmo del cinismo.
“Si me trae a Virginia Herrera Brito viva y me la para delante yo
confieso que difamé a la revolución esa de la cual usted me habla” -repliqué.
La cara de Cortina enrojeció considerablemente. Al parecer accionó algún
dispositivo electrónico porque se presentaron dos policías y me tomaron
por los brazos para regresarme al calabozo.
“¡Tú vas a saber lo que son derechos humanos!” -grito el capitán del G-2
cuando me sacaban del cuarto de interrogatorios.
Horas después fui liberado sin cargos. En tres días de encierro contraje
cinco enfermedades: infección renal, gripe, amigdalitis, pediculosis y
sarna.
Cortina siguió arrestando arbitrariamente activistas del PPDHC y de
otras organizaciones. Su crueldad le consiguió el ascenso al grado de
mayor en febrero de 1996 por dirigir acciones represivas contra los
integrantes del Concilio Cubano. Algunos de sus subalternos hoy por hoy
son funcionarios (aparentemente civiles) de corporaciones castristas que
comercian con empresarios extranjeros.
La ráfaga de AK-47 que asesinó a Virginia Herrera Brito me unió a ella
para siempre. Cada año, cuando se acerca Julio, trato de imaginar
inútilmente el rostro de la morena de Mantilla que nunca conocí. Quizás
me lo deje ver cuando le hagan justicia. Entretanto, revelo esta
historia para dejar constancia de otro asesinato del partido comunista…
para honrar la memoria de esta compatriota.
*Lázaro González Valdés,
Exprisionero político en Cuba, fue uno de los cinco ejecutivos
principales de Concilio Cubano y fue detenido durante la ola de arrestos
que fue causa parcial de la no celebración del Concilio Cubano en 1996.
Actualmente reside en Miami y continua contribuyendo a la causa de la
libertad de Cuba, dirige la página de Internet Semanario a Fondo.
Su autobiografía:
http://www.semanarioafondo.com/biografia1.html
Fuente:
www.semanarioafondo.com
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