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Peor que olvidar el pasado es tener amnesia del presente
Por Jorge Luis Arcos

Los últimos acontecimientos desencadenados en Cuba tras la resurrección de Pavón-Quesada-Serguera, es decir, por ahora, multitud de gritos de diversa índole por correo electrónico, articulación de un frente común doméstico para protestar por el intento raulista de limpiar a sus antiguos instrumentos represores, lavar la memoria histórica, y, de paso, humillar una vez más a sus víctimas, y, en general, a todos los intelectuales, cuando no también, de paso, advertir que la pesadilla puede regresar de nuevo, etcétera, no es sino un episodio más dentro de una realidad devastada.

Muchas de las reacciones en contra, así lo demuestran a pesar suyo. Unas abogan porque el problema se resuelva dentro de casa, como si una parte considerable de las víctimas no estuviera fuera de Cuba; otras tratan de negar lo evidente: que todo ello responda a una estrategia del poder, como lo fue en el pasado, y como lo es en el presente incluso; muchas critican lo sucedido, abogan por una reparación pública, pero, por supuesto, sin nombrar —ni antes ni ahora— a los verdaderos responsables.

Es sencillamente increíble. Tal parece que una parte considerable de los intelectuales cubanos dan por hecho que el régimen actual va a continuar existiendo, y ellos, dentro del mismo, con su variada gama de complicidad, silencio, oportunismo o, incluso, alegre aprobación. Porque aun cuando se rectifique públicamente lo sucedido recientemente, ello no constituiría sino un leve reacomodo dentro de una política cultural en esencia subordinada a un poder totalitario. Pues está muy bien protestar por la resurrección de la imagen de aquel pasado ominoso, pero ¿cómo convivir en el presente con un régimen que coarta diariamente todas las libertades elementales? Peor que olvidar el pasado, es tener amnesia del presente. Aun los más honestos críticos de lo sucedido, demuestran que en el presente ellos mismos continúan sometidos a cierta censura, a un miedo modelado por décadas de represión. Como si lo terrible sólo aconteciera en el pasado, como si el presente no pudiera ser cuestionado…

En todo caso, impera una buena dosis de conformismo: que no regresen aquellos tiempos tan tenebrosos (para ellos), pues el presente, terrible también, al menos no es tan tenebroso (para ellos). El poder a la larga ha ganado: ha logrado que una buena parte de la intelectualidad, sobre todo aquella que tiene voz pública dentro del país, viva en un limbo metafísico con respecto al resto de la población, no levante su voz —como ahora— contra los que organizan mítines de repudio contra los disidentes pacíficos, contra los que fusilan sumariamente a tres delincuentes comunes en una oprobiosa madrugada, encarcelan a periodistas, y, para colmo, firman cartas de aprobación de tales actos vandálicos.

Tienen, pues, un civismo relativo, selectivo, pragmático, oportunista o conservador. Tienen miedo, en definitiva. Y no está mal que lo tengan, pues todos lo tenemos, pero sí que lo esgriman solamente cuando ven la posibilidad de ser ellos afectados nuevamente más de lo que lo han estado siempre.
Uno de ellos dictamina sobre quienes son de derecha dentro y fuera de Cuba, dando por sentado que él es de izquierda. Pero ¿qué izquierda es esa que no quiere reconocer que la derecha ha estado siempre en el poder? Bien, yo también tuve miedo, yo también padecí la censura y sobre todo la autocensura. Tuve que irme de mi país para disfrutar del triste privilegio de poder escribir este mismo artículo sin esperar represalias, para poder poner en blanco y negro lo que pienso realmente sin el temor de perder mi trabajo, ser expulsado de la vida civil o, incluso, ir a la cárcel. Pero, al menos, respetemos a quienes dentro de Cuba sufren una represión directa por el simple pecado de decir lo que piensan, e, incluso, respetemos también a quienes hemos tenido que renunciar a nuestra patria física para poder dormir al menos con la conciencia un poco más tranquila, si es que ello es ya posible.

Ustedes, los que viven en Cuba, también merecen ser respetados, pero tendrán que ganarse —como todos— ese respeto, ya sea con actos o incluso con silencios y sacrificios significativos, pues cómo siquiera intentar ser respetados por el mismo régimen que los humilla día a día con su variopinta colaboración o amnesia selectiva u oportuna. A estas alturas del juego ¿se puede jugar sinceramente a ser reformista? ¿Reformas, para qué, para mantener el estado actual de cosas? Esta es la encrucijada. Si los actuales sucesos no les hacen ver lo evidente: que el régimen ha sido en esencia siempre el mismo, entonces muy poco se puede esperar de un futuro "con todos y para el bien de todos". Es muy cómodo abogar porque la cultura cubana sea una sola y de repente olvidar a las víctimas tanto de dentro como de fuera del país. Amigos intelectuales cubanos, así no se juega.

Madrid, miércoles 10 de enero de 2007.

Fuente: www.cubaencuentro.com