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Entre Zarzas y Flores de Mayo.
Por: Iria González-Rodiles

"Seréis libres de España, pero esclavos de los yankees", dijo el contraalmirante Pascual Cervera a las tropas cubanas, cuando lo apresaron en una playa, cerca de Santiago de Cuba, tras la derrota infligida por el acorazado norteamericano Minneapolis, a la escuadra naval española bajo su mando.

Se equivocó Cervera. Cuba continuaría esclava, sí, pero de los propios cubanos: sus gobernantes. Y lo afirmo como ciudadana de este tiempo y según la impresión y el sabor que me dejan –sin convertirme en vocera— las obras consultadas de prestigiosos historiadores y antropólogos cubanos: Carlos Ripoll, Fernando Ortiz, Jaime Suchlicki...

Despojándose de toda influencia política o ideológica, la realidad se me revela así: la primera ocupación norteamericana duró dos años; la segunda, dos años y meses. La famosa Enmienda Platt –establecida en 1901 y abrogada en 1934— sólo se aplicó en dos ocasiones, con un período total de 4 años y algunos meses. En ambas, los historiadores reconocen las obras sociales y avances introducidos por los ocupantes, aunque critican otros aspectos esenciales, con toda justicia.

El resto de las "intervenciones" estadounidenses se limitaron a la advertencia, a la mediación, sólo motivadas por las constantes maniobras de los presidentes cubanos para perpetuarse en el poder o ser reelegidos fraudulentamente y por las acciones violentas de los contrarios.

Pero si sumamos los primeros años de conflictos armados internos, la inestabilidad política posterior a 1933 y el tiempo de las dictaduras de Machado, Batista, Castro, ¿cuánto duró la República efectivamente? Más de medio siglo –unos 60 años— de dictaduras y de largos períodos de confrontaciones, tiranteces y tejemanejes internos superan el corto espacio de las dos intervenciones norteamericanas en Cuba. Quizás los anexionistas sinceros –no los de intereses egoístas— tuvieran razón: es probable que con el dominio yankee se hubiese garantizado, al menos, la democracia y el progreso que hoy por hoy Cuba no posee, aunque fuese en detrimento de la independencia.

Por supuesto, ni lo uno, ni lo otro ha sido, ni es, la República que Martí soñó y por la cual dio su vida. Porque el proyecto de José Martí, según sus propias palabras, fue siempre "sin trabas, la República"; pero para algunas figuras claves contemporáneas del Apóstol y para los sucesores –de de corto entendimiento y atrofiados oídos— resultó ser "con trabas, la República".

El mal se remonta –o al menos se reitera— al encuentro entre Martí, Maceo y Gómez, en La Mejorana. Según Rigoll: "Máximo Gómez defendía la dictadura, "sin ninguna institución civil", durante la lucha. Respaldaba a Maceo, quien, según consta en carta a Manuel Sanguily, escribe: "...se ha incurrido en la tontería de querer dar forma democrática de una República ya constituída cuando tenemos al enemigo enfrente y no somos dueños del terreno que pisamos. Mientras dure la guerra sólo debe haber en Cuba espadas y soldados"...Martí responde para entonces y para todos los tiempos: "Un pueblo no se funda, general" –sargentos y comandantes, añado— "como se manda un campamento". Y anota: "Mantengo, rudo: El Ejército, libre; y el país, como país y con toda su dignidad representado".

Al respecto Ripoll afirma: "Viejo problema en Cuba, origen de grandes males, aún no resuelto". Cierto, al pie de la letra.

Ortiz lo describe a su modo y en su momento histórico: "Estrada Palma, hombre de paz" –apunto: antiguo sucesor de Martí en la presidencia del Partido Revolucionario Cubano— "fue presidente de la República por sugestión extranjera; el cubano intentó oponerle a un general, Masó. En la convención constituyente se produjo honda zambra al discutir las condiciones de capacidad del Presidente, por el deseo de hacer posible el nombramiento de otro general, del Generalísimo Máximo Gómez. Años después, un partido llamado conservador, al buscar un candidato para la Presidencia, tuvo necesidad de designar a otro insurgente, el general Menocal...", y después, señores, agrego yo, vinieron el Sargento y el Comandante con sus respectivos séquitos.

"A Cuba puede aplicarse este párrafo" del sociólogo dominicano José María de Hostos, dice, con toda la razón, Fernando Ortiz en su libro El pueblo cubano:

"Hay un país, isla encantadora, que la Naturaleza se ha empeñado en dotar de todas sus bellezas, que el hombre ha malogrado, por su falta de razón y de voluntad".

Indudablemente, la exclusión de Cuba en las negociaciones entre Estados Unidos y España, donde se originó el Tratado de París, finalizada la guerra cubana-hispano-americana –como debía nombrársele encabezándola con la isla—, fue una insolencia. Pero, ¿con Martí com presidente de una República previa al desenlace, hubiese resultado igual?

Tal vez en las cuatro páginas arrancadas del Diario de Martí, después del encuentro en La Mejorana y de su muerte, quedaron escritos, de forma visionaria, los avatares patrios que el Mayor de los Cubanos intentara evitar con los Estados Unidos, con España y entre los propios cubanos.

Rigoll asegura en su artículo "Castro y la España del desquite": "Sí, los Estados Unidos tienen muy clara responsabilidad en los infortunios del país, pero (...) la funesta intervención de los Estados Unidos en los asuntos de Cuba se le debe a España. Es indudable que siempre los americanos codiciaron la gran Antilla, y que trataron de apropiarse de ella", pero fue España, la soberbia de España, la que les facilitó la posesión de la isla. Hubieran entregado el gobierno del país a sus hijos, y Cuba no hubiera caído en la trampa que le preparó en París el gobierno español".

La sabiduría popular afirma que la culpa no cae nunca en el suelo. Las siguientes palabras de Fernando Ortiz parecen dichas para respaldar la vox populi:

"Cuando la dominación española, a la Metrópoli le atribuíamos todos nuestros males sociales, y en la vida política hubimos de traducir nuestra opinión sintetizándola en el separatismo; más tarde hubimos de significarla por un antagonismo feroz de partidos políticos; hoy caídos en otro extremo achacamos, sino en público en privado, nuestros males a la política toda de nuestra tierra, renegando de ella en masa, convencidos de que en Cuba habría bienandanza si no hubiese políticos; y no tardará el día en que, reaccionando contra esta creencia, habremos de acusar a la política norteamericana de ser la causal de todas nuestras desgracias".

Y aunque esta última acusación marca hoy el discurso político del cuatrigenario régimen en la isla, somos nosotros, los cubanos los máximos responsables de los destinos de nuestra hermosa tierra, antes, ahora y siempre.

Pero, ¿cómo fue aquel 20 de mayo de 1902?

Así lo describe Jaime Suchlicki:

"Ese día, el general Wood entregó la presidencia a Tomás Estrada Palma, el primer presidente electo de la nueva república y antiguo sucesor de Martí como presidente del Partido Revolucionario Cubano. Fue un día de felicidad nacional en que los cubanos entraban en una nueva era de libertad política y gobierno republicano. Sin embargo, el optimismo fue moderado por la sombra de Estados Unidos colgando sobre la nación. Mirando el futuro, pocos cubanos advertían que la tarea inmediata era resistir la intrusión extrajera. Muchos aún recordaban las proféticas palabras de Martí: "Una vez que los Estados Unidos esté en Cuba, ¿quién lo sacará?".

Pero a Estados Unidos no hubo que sacarlo: se retiró, más a la corta que a la larga, a pesar de los vaivenes republicanos de entonces y después.

Ripoll comienza su inigualable descripción –de la que soy fiel copista— haciendo referencia a la muerte de José Martí, ocurrida el 19 de Mayo de 1895:

"La víspera había sido de luto, por el aniversario de Dos Ríos, y de banderas a media asta. Fue como día de recogimiento y de oración que preparaba el espíritu para la fecha de gloria. A las doce de la noche empezaron los cañonazos, las campanas de las iglesias y los gritos del pueblo que quería disfrutar entera de la fiesta. En La Habana amanecieron las calles con arcos y guirnaldas de colores, con retratos de patriotas y letreros de las victorias en la guerra. Dicen las crónicas de la época que las más hermosas fueron las calles Muralla, Galiano y O’Reilly; y que ninguna plaza rivalizó en adornos con la del Cristo, y ningún edificio con los de la Auditoría, del Hotel Inglaterra y de la Manzana de Gómez. Pero en todas partes faltaba algo, como hornacina en espera de imagen: la gala mayor, la bandera cubana".

"Hasta parecía contenta la naturaleza: el 20 de Mayo de 1902 fue un día de espléndida primavera. Nadie quiso quedarse en casa, y el pueblo ansioso se agrupó en los lugares en que habría cambio de banderas: junto a los edificios públicos, las fortalezas, en el malecón, en la explanada de la Punta, y en la Plaza de Armas, frente al Palacio de Gobierno, donde se haría la transmisión de poderes" (...)

Ante el presidente cubano electo, Tomás Estrada Palma, el general Leonardo Wood leyó la carta del presidente norteamericano, Teodoro Roosevelt, sobre el traspaso del poder, que terminaba diciendo: "Por la presente declaro que la ocupación de Cuba por Estados Unidos, y el Gobierno Militar de la isla, han terminado".

"Estaba en la azotea" –del Palacio de Gobierno, donde se efectuaba la transmisión de poderes—"un ayudante del general Wood y, cuando desde el balcón le hicieron la seña convenida, empezó a arriar la insignia de los Estados Unidos. Un minuto después, entre clamores de alegría, ondeaba allí la bandera cubana".

¿Si pudieran revivir, qué dirían todos los cubanos, presentes en aquel momento irreptible, magistral, de nuestra historia, si vieran ese día desaparecido al estilo del Big Brother orweliano, esfumado de las celebraciones patrióticas en la Cuba de hoy?

Bien podría responderse con un amargo comentario de Fernando Ortiz:

"Ya se ha apagado en nuestras mentes, como si para fijarla e inmovilizarla en aquella bandera que por primera vez flameó el 20 de mayo, libre, acatada y orgullosa, hubiese sido preciso arrancarla de nuestras conciencias. (...) Parece que las lágrimas de emoción gozosa con que bañamos entonces nuesta tierra recién libertada, regaron las zarzas de las pasiones innobles y las raíces de nuestra cizaña".

Pero, paralelamente, hallaremos otra respuesta en los cubanos de ahora, de aquí, de allá y de acullá, que, junto a la Asamblea para la Sociedad Civil, intentan abrir la puerta, de par en par, hacia la democracia en esa isla que se constituyó como República un día 20 del mes de las flores y de los aguaceros.

"Creo que hemos llegado", dijo Máximo Gómez, abrazando a José Miguel Gómez, cuando Estrada Palma y sus secretarios juraron los cargos aquel día definitivo para Cuba.

Se equivocó el Generalísimo, también.


Suiza, Mayo 19, 2005


Iria González-Rodiles: Periodista Independiente de Cuba Press desde 1995. Sus artículos, escritos desde La Habana, se publicaron en las páginas WEB de la SIP, RSF, Nueva Prensa Cubana, Instituto de Economistas Independientes, Cubaencuentro, etc. También aparecen publicados en el New Herald, Diario de las Américas, Revisa Hispano Cubana y Nueva Prensa Cubana, entre otras. Desde Suiza, actualmente escribe para las páginas WEB de La Nueva Cuba y Noti Cuba Internacional, entre otras.