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Artículos
Posted on Sun, Apr. 27, 2003
Fusilados al amanecer
CARLOS ALBERTO MONTANER
El Nuevo Herald
Madrid -- Fidel Castro se quedó helado cuando José Saramago, el premio
Nobel de literatura, publicó su ya célebre carta con el ''hasta aquí he
llegado''. Era el primer golpe. Aún le resultó más dura la ''deserción''
de Eduardo Galeano, un ensayista uruguayo de menor peso literario, pero
con una relación casi carnal con la dictadura cubana. Un tipo como de la
familia, cuya adhesión incondicional se daba por descontada. Después de
dieciocho mil fusilados y ciento veinte mil presos políticos a lo largo
de cuarenta y cuatro años de ininterrumpidas persecuciones, que incluían
desde homosexuales hasta testigos de Jehová, pasando por lectores de
Vargas Llosa y amantes de la música de los Beatles, ¿cómo y por qué iba
a imaginar el comandante que las míseras muertes de tres infelices ''negritos''
--como les llama despectivamente--, y apenas 75 nuevos condenados a
cárcel, provocarían una sublevación entre las huestes de sus mimados
escritores y artistas, incluidos los cantantes Ana Belén, Víctor Manuel,
Joaquín Sabina y otros populares personajes de la infatigable izquierda
melódica?
El problema es grave. Las dictaduras comunistas con vocación imperial,
como la cubana, siempre requieren un coro internacional de apoyo. ¿Con
qué objeto? Tienen dos funciones clave: la primera, prestar su prestigio
profesional para legitimar un modelo político carente de libertades y
generalmente fracasado en el terreno económico. La segunda función es
aún más siniestra: callar las voces de las víctimas, ocultar la verdad
bajo el estruendo de los aplausos, y mantener vigente una imagen de
alegría y diversión que impida que aflore el rostro sombrío de la
sociedad profunda. ¿Cómo Fidel Castro puede ser un tirano implacable si
Gabriel García Márquez, tan talentoso y simpático, es su amigo? ¿Cómo va
a ser cierto que los guardafronteras ametrallan balseros y los
carceleros asesinan a los presos políticos, como le ocurrió a mi amigo
Alfredo Carrión, si Mario Benedetti, ese tierno poeta uruguayo, apoya la
revolución?
Es tan importante este cuerpo de dóciles sicofantes, que el máximo líder,
siguiendo de cerca el modelo soviético, hasta creó una poderosa rama del
Ministerio del Interior para potenciarlo: el Instituto Cubano de Amistad
con los Pueblos. Una policía política que usa maracas en lugar de
pistolas, cuya tarea, minuciosamente planificada en los laboriosos
''planes de influencia política'' que se trazan todos los años y se
revisan cada seis meses, consiste en seducir famosos, sobornarlos,
halagarlos, y amaestrarlos para que repitan sin una sola nota que
desafine el discurso de una revolución solidaria, generosa,
antiimperialista, acosada por los pérfidos yanquis y la malvada ``mafia
de Miami''.
¿Por qué tanta gente valiosa e inteligente se presta a esta desvergüenza?
Hay varias razones y emociones mezcladas en el asunto. La coincidencia
ideológica, claro, algo cuenta, pero probablemente menos que la vanidad
y los intereses económicos. La dictadura recompensa con dinero y con
fama. Edita libros y discos. Hay premios, prensa, halagos. Tampoco
vienen mal unos días en Varadero, esa playa hermosa.
Pero hay también un aspecto psicológico importantísimo: la revolución
aporta un circuito de apoyo internacional. Tiene mucho de secta
religiosa. Hay una masonería revolucionaria, cálida y entusiasta, que
entrega su corazón y sus aplausos en cada rincón de la cultura donde el
coro entona sus alabanzas. Romper con la revolución cubana es también
romper con todo eso: pregúntenle al escritor colombiano Plinio Apuleyo
Mendoza, a quien los castristas de su país hasta le han enviado una
bomba por correo, o al narrador y diplomático chileno Jorge Edwards,
permanentemente acosado por los comunistas desde que en los años setenta
publicó Persona non grata, un conmovedor relato de la represión que
presenció en La Habana cuando representaba en la isla al gobierno de
Salvador Allende.
Hoy mucha gente está dispuesta a pagar ese precio. El comandante y la
revolución perdieron totalmente su atractivo. Los dos están muy viejos.
Han hecho mucho daño. Han matado y encarcelado excesivamente. Han
generado demasiada miseria, demasiados exiliados, demasiados delatores.
Hay demasiados cadáveres flotando en el Estrecho de la Florida. El
pretexto del imperialismo yanqui ya no alcanza para encarcelar al primer
poeta del país, a Raúl Rivero, a veinticinco periodistas independientes,
a catorce bibliotecarios y a otros treinta demócratas, por decir sus
verdades. Mucho menos para matar a tres muchachos que de manera
incruenta intentaron secuestrar una lancha para escapar de aquel
infierno.
Castro y sus propagandistas han intentado contener la desbandada. ¿Cómo?
Con un Manifiesto envilecido, encabezado por Alicia Alonso, a cuyo pie
han puesto sus firmas temblorosas veintiocho escritores y artistas
cubanos consignados en el Guinness como las personas que más tiempo han
conseguido sobrevivir de rodillas, con la cabeza gacha y una libreta de
racionamiento en el bolsillo de la guayabera: Miguel Barnet, Roberto
Fernández Retamar, Cintio Vitier, Silvio Rodríguez y un vergonzoso
etcétera. ¿Qué dicen, qué los han obligado a decir? Que no los dejen
solos porque Estados Unidos los invade. Pobre gente. Fidel Castro
también los fusiló al amanecer y no se han dado cuenta.
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