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Artículos
Bandera Blanca.
Por Orlando Fondevila
Cualquiera que desapasionadamente haga una revisión de la historia, al
menos desde 1917 hasta hoy mismo, tendrá que concluir que los comunistas
y sus parientes cercanos (confesos o no) son unos verdaderos artífices
de la hipocresía y la manipulación. Además de maestros del crimen,
diestros seductores. Los comunistas, si bien comparten con los
nacionalsocialistas y con los fascistas un lugar de privilegio en la
historia universal de la infamia, aventajan a estos últimos en la
capacidad de engaño. Hitler declaraba abiertamente sus propósitos de
conseguir a sangre y fuego el universal reino alemán. Los comunistas,
por su parte, si bien con Marx llamaban con claridad a la lucha de
clases y a la revolución universal como modos de alcanzar el reino
proletario, el “paraíso de los trabajadores”, a partir de Lenin y del
“socialismo real”, aún manteniendo los dogmas fundadores, se inventaron
un habilidoso discurso alternativo: la paz. Mientras se preparaban para
la guerra, mientras organizaban dondequiera que podían la subversión,
utilizaban a sus filiales pacifistas y a la cohorte de intelectuales
seducidos para movilizar la emoción de las masas en aras de la paz, esa
causa noble donde las haya. La verdad es que lo que querían era
desmovilizar al adversario. Y hay que decir que en muchas ocasiones lo
consiguieron. Hoy mismo, ante el horror y la agresividad del terrorismo
islámico, que pretende, él también, imponernos su reino, los comunistas
y sus parientes cercanos –y la siempre alistada cohorte de
“intelectuales” seducidos- se nos presenta como implacables defensores
de la paz. Y subrayo implacables. Otra vez nos quieren desmovilizar,
otra vez nos ofrecen la paz, el diálogo (ahora de civilizaciones) como
camino de salvación. Practican, ahora como siempre, la máxima de que el
enemigo de tu aliado es tu amigo. Están obcecados con el odio a lo que
representa Occidente. Por eso su bandera mentirosa es la bandera blanca,
con la que tapan sus banderas reales.
¿Y Cuba? Nuestra desdichada patria cayó en manos de unos facinerosos,
criminales y farsantes en 1959 (discúlpenme el tono panfletario –algún
día habrá que reivindicar el panfleto-) que convertidos en batiscafo
siniestro nos descendieron a las profundidades de la guerra fría y de
sus meandros calientes, y lo hicieron situándonos del lado del mal.
Desde el principio, pero refinándose después con el tiempo y el
aprendizaje, el enmascaramiento del discurso comunista ha sido
orquestado por el castrismo y por sus defensores en todas partes para
sostener y defender el engendro revolucionario. Desgraciadamente debemos
reconocer que ha tenido éxito, aunque al día de hoy relativamente
menguante. Y digo relativamente, porque por diversas razones son
demasiados aún sus avaladores. Antes y ahora se han empeñado en
demonizar a los adversarios de Castro, tanto en el exilio como dentro de
la Isla. Fascistas, servidores del imperio, mercenarios, en fin gusanos
abyectos. Si acaso, algunos, ante la contundencia de la realidad, sea
por amagos de vergüenza o por amaño retórico, reconocen algunos
“errores” –nunca horrores- y proclaman la necesidad de “dialogar”, de
apaciguar al tirano, de convencerle de que debe ser bueno. Como si lo
importante fuera convencer al tirano (un imposible) en vez de derrotarle.
Justifican algunas “cosas malas” (menores) del castrismo, empleando el
viejo argumento de quienes defendían a la Unión Soviética durante la
guerra fría: las cosas malas eran una respuesta a la maldad del enemigo
imperialista. En el caso cubano, cómo no, el “bloqueo” y la hostilidad
de la “mafia” miamense y sus ecos “mercenarios” al interior de Cuba.
Ahora vienen a salvarnos, y para ello nos proponen que levantemos
bandera blanca. Que dialoguemos. Lo que quieren realmente es emascular a
la oposición cubana. Dialogar ¿Con quién? ¿Sobre qué? ¿Es que el tirano
o sus seguidores aceptarán dialogar con un contrario al que perciben
débil? ¿Es que existe algún atisbo, alguna posibilidad medianamente
lógica de que el tirano acepte dialogar, sin sentir sobre sí graves
presiones y peligros, sobre temas fundamentales? Por ejemplo: libertad
incondicional para todos los presos políticos y de conciencia, libertad
de expresión y de prensa, libertad de asociación y de reunión,
celebración de elecciones libres supervisadas internacionalmente. Si no
se dialoga sobre estas cosas, ¿sobre qué vamos a dialogar en el caso de
que se pudiera dialogar sobre algo con el tirano?
Los presos. Los presos políticos cubanos son nuestros héroes de la lucha
por la libertad y sus grandes víctimas dentro de un pueblo víctima. Hay
que luchar por su liberación. Liberación total y de todos. Ese es el
deber no sólo de los cubanos sino de todas las personas decentes del
mundo. Pero esta lucha, que debemos librarla sin duda alguna, con pasión
e inteligencia, no constituye el fin último de nuestra lucha. ¿De qué
valdría vaciar unas cárceles –que ya han sido vaciadas otras veces- si
permanecen las leyes y el poder represivo que pueden llenarlas
nuevamente? ¿Acaso se nos ha olvidado que en 1978, en virtud del famoso
diálogo con una parte del exilio fueron puestos en libertad miles de
hombres y mujeres, utilizados como canje o pago de rescate para que el
régimen mejorara su imagen internacional y al mismo tiempo amansara al
exilio permitiéndole –graciosa merced- visitar a sus familiares (que de
paso traerían sus dólares) en una grosera operación de ingeniería socio-biológica
que convertía, de pronto, a los gusanos en mariposas? ¿Se nos han
olvidado los obscenos “regalitos” de prisioneros a Felipe González, o a
Fraga, o a Jessie Jackson y tantos otros?
Estos diálogos fraudulentos con el tirano sólo le favorecen a él y a su
régimen. Marketing político en su beneficio. Por nuestra parte, claro,
la enorme satisfacción de ver en libertad a quienes han pagado y pagan
con su sufrimiento las ansias de libertad de todo un pueblo. Sufrimiento
que a continuación vendrá para otros, mientras el castrismo permanece
inalterable.
Los que hoy acusan de intransigentes, radicales y belicosos a la
oposición cubana y se niegan a ver que son Castro y su régimen los
verdaderos intransigentes, radicales, belicosos, y además criminales, lo
que buscan con sus embelecos de diálogo –crítico o como quieren
apellidarle-, apaciguamiento y tolerancia, es desmovilizarnos. Quieren,
con el aplauso ardoroso de los comunistas, de sus parientes cercanos y
de los intelectuales orgánicos o seducidos, que levantemos bandera
blanca.
Pues va a ser que no.
Madrid, España Abril 02, 2005.
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