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Por La Asamblea.
Por Orlando Fondevila

Confieso que escribo sin saber muy bien qué decir. Quiero medir milimétricamente mis palabras. No quiero decir ni una de más ni una de menos. Incluso no alcanzo a definir muy bien mis sentimientos, aunque probablemente el predominante sea el de la tristeza. Siento tristeza, un abrumadora tristeza por Cuba. Pienso en estos momentos en las miles de cruces que el Memorial cubano está sembrando, hoy mismo, para recordar a las víctimas del horror del castrismo. Pienso en los decenas de miles de buenos cubanos que a lo largo de décadas han pasado por las cárceles, muchos de ellos sufriendo la humillación y la tortura la mitad de sus vidas. Pienso en los centenares de miles de familiares y allegados que han padecido, en la angustia y la impotencia, el martirio de sus familiares y amigos. Pienso en los que han muerto en las aguas del Estrecho en medio de la desesperación y en pos de sueños de libertad y mejor vida truncados. Pienso en la miseria, material y espiritual, de varias generaciones de cubanos aplastados sin piedad por la Historia. Pienso en el inducido envilecimiento de la sociedad cubana. Pienso, y me estremece, en la posibilidad de que finalmente el castrismo se pueda perpetuar más allá del tirano y que tanto crimen pueda quedar impune.

¿Qué derecho, qué razón política, qué ambición personal –por legítima que ésta sea-, cuáles ridículas rencillas personales pueden justificar que nos dividamos los demócratas cubanos ahora, justamente ahora en que la decrepitud del tirano y de su régimen podría hacernos concebir ciertas esperanzas de libertad y justicia para nuestra patria?

Evoco con pena, por simple comparación, algunos pasajes de nuestra historia de luchas por la independencia en el siglo XIX. Recuerdo a Martí apartándose dolido del proyecto Gómez -Maceo en 1984, y cómo lo hizo en silencio al considerar que hubiera sido vil obrar públicamente en su contra, aunque no lo compartiera. Recuerdo cómo Gómez y Maceo, años después, olvidando agravios, se sumaron entonces al proyecto de Martí. Me viene a la mente Maceo, el gran Maceo, viniendo a la guerra subordinado a Flor Crombet, precisamente el hombre con quien incluso se había retado a duelo. Me pregunto si ya no hay cubanos capaces de esas grandezas, de esos sacrificios por la patria.

Hoy siento una enorme tristeza por mi patria. Si hace unos días estábamos llenos de expectativas por la convocatoria, absolutamente inclusiva, de un Congreso organizado por la Asamblea para Promover la Sociedad Civil en Cuba, a celebrarse el 20 de mayo, y que ha de poner en jaque al régimen, sobre todo ante el cobarde titubeo de Europa para con la libertad de Cuba y la corriente de complicidades en América Latina para con el régimen; si estábamos expectantes ante el respaldo que estaba teniendo esa convocatoria entre el exilio y entre líderes políticos de todo el mundo, hoy tenemos que estar tristes. Con una, cuando menos, falta de oportunidad enorme, surge otra propuesta que sin duda alguna puede ser calificada como una zancadilla a la anterior. Esto es inaceptable. Lo siento. Y sobre todo lo siento porque viene avalada por firmas que respeto mucho. Aunque no a todas, todo debo decirlo.

No se trata de negar legitimidad a otras opciones, a lo que sería una sana pluralidad. Se trata de que en este minuto de nuestra historia nadie tiene derecho a veleidades. Si la Asamblea para Promover la Sociedad Civil organiza un congreso, si cuenta para ello con otra gran coalición dentro de Cuba como es Todos Unidos, lo sensato, lo patriótico y lo ético es apoyar esta iniciativa.

El Congreso de la Asamblea es, va a ser, al día de hoy, el Congreso de Cuba.


Madrid, España Febrero 20, 2005.