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Artículos
Intelectuales.
Por Orlando Fondevila
He tenido la tentación de decir “intelectuales de izquierda”, pero
finalmente he decidido quedarme simplemente con “intelectuales”. Y es
que los señores de la izquierda se han apropiado del término. Así, según
la norma impuesta, para ser intelectual hay que pertenecer, de manera
más o menos declarada –mientras más enfática mejor- a esa opción
política, al día de hoy bastante confusa y confundida. Quien no forme
parte de la secta se queda sin título. Por el contrario, los de la secta,
ya sean payasos, escritores, artistas o titiriteros (como les llama
Jiménez Losantos), son “intelectuales”. No importa que diga bobadas
solemnes, o que retuerza la dialéctica para defender el crimen, o que se
burle de la semántica para con palabras hermosas justificar justamente
lo opuesto de lo que estas dicen. Lo importante es que sea de izquierda.
Sólo entonces tendrá carné de intelectual.
A la vera del tema cubano nos ha venido floreciendo cierto jardín –mejor,
maleza- de esta especie presuntuosa e inane, en el que la flor insignia
se llama Rafael Rojas, y que día a día nos espetan su debilidad
intelectual, política y ética a través de artículos repetitivos y
pomposos, de libros indigeribles y de seminarios aburridos, mediante los
cuales nos quieren convencer de que en el drama cubano todos somos malos,
excepto ellos, y que la solución pasa por entendernos, dialogar,
reconciliarnos, perdonarnos los unos a los otros y, sobre todo, no
enfurecer a Castro. Amén. Estos intelectuales nuestros de izquierda,
herederos de los intelectuales de izquierda de toda la vida, nuestros y
no nuestros, tienen la innoble capacidad de ser o muy feroces e
intransigentes o muy dulces y comprensivos, según la causa que combatan
o “combatan”. Si se trata del viejo Pinochet o de los militares de la
dictadura argentina, por ejemplo, con toda razón no olvidan sus crímenes
y les persiguen sin tregua sin tener en cuenta que hace ya muchos años
que nada pintan en la política de sus respectivos países. Para con esos
personajes no hay matices. Son culpables absolutos. Incluso, estuvo bien
que el MIR chileno y los montoneros argentinos recurrieran a la
violencia, al terrorismo y a los atentados para conseguir la libertad.
Lo mismo ocurre con los sandinistas. Quien asesinó a Somoza es un héroe
de la izquierda. Lo mismo con aquellos que lucharon contra Batista.
Echevarría es un héroe porque quiso liquidar al tirano.
Muy bien. Pero si se trata de la lucha contra Castro, entonces no. Tan
repudiables son los desmanes del tirano como los hechos de sangre que
han protagonizado sus adversarios. Véase la teoría que ha desplegado en
algún que otro seminario la eminente profesora Marifeli Pérez-Stable.
Según ella, todos tenemos que pedir perdón. (Informe “Cuba, la
reconciliación nacional”). Ahora, nuestra distinguida académica e
intelectual (claro, de izquierda) está muy disgustada con las medidas de
Bush. Sobre todo no le parece bien la “injerencia”, principalmente
aquello de “nombrar categorías de personas potencialmente responsables,
como las de la Seguridad del Estado, la policía, los Comités de Defensa
de la Revolución y altos dirigentes del partido y funcionarios del
régimen”. En estos temas, nos dice, hay que tener mucha cautela. Además,
se trata de una intolerable injerencia (“¡Más dolor que alivio?,
artículo en Encuentro en la red). Me viene a la mente la detención de
Pinochet en Gran Bretaña reclamado por un juez español, y una vez
devuelto a Chile la constante exigencia de la izquierda para que sea
juzgado. En ese caso no ven injerencia. Es justicia.
Y Rafael Rojas, el líder, el non plus ultra de nuestros “intelectuales”.
Una y otra vez va a la carga contra Miami. Uno de sus últimas
deyecciones (mientras prepara algo así como una “cumbre intelectual en
su amado México) en forma de artículo, “La euforia de los patriotas”,
publicado en Encuentro en la red, es más que infame. El propio título,
en que con cierto desdén irónico se mete en el mismo saco,
calificándoles de patriotas, a Castro y su banda, y al exilio miamense,
es ya de por sí insultante. Y después el exordio, un verdadero monumento
a la desfachatez. Lean: “Trabajando para La Habana desde Miami y para
Miami desde La Habana: ¿Qué celebran los dueños de la patria en sus
extremos?”. Por supuesto, nos indignamos, pero no nos extrañamos. En sus
libros y artículos anteriores Rojas se mofa del patriotismo, del
heroísmo, y hasta del propio concepto de nación cubana, del cual duda.
¿O tal vez reniega?. Ya en el meollo del artículo, Rojas se descubre y
escribe: “Lo curioso es que en esta fiesta del patriotismo, el tema no
es el presente de la Isla sino su futuro por conveniencia: el control de
la transición”. Y seguidamente dice, en alusión a las medidas propuestas
para acelerar la transición en Cuba, que se debió haber consultado a
algunos disidentes, entre los cuales menciona a Eloy Gutiérrez Menoyo y
a Manuel Cuesta Morúa, y no menciona ni a Oscar Elías Biscet, ni a Marta
Beatriz Roque, entre otros. ¿Está claro?
Pero vamos a ver, señor “intelectual”, ¿de qué presente de la Isla usted
nos habla? ¿y de qué futuro que no signifique un cambio radical del
presente? Pero sí, le entendemos, a Rojas lo que le preocupa es el
control de la transición. Que la controlen Menoyo y Morúa, y él, Rafael
Rojas y su séquito de intelectuales de izquierda al frente. Ellos,
nuestros salvadores, otra vez nuestro luminoso futuro.
Pero todavía hay más. Tanto que si viviéramos en otros tiempos alguien
retaría a Rojas a duelo. Lean esta perla infecta: “¿Qué celebran unos y
otros (los castristas y el exilio)? Celebran, ni más ni menos, la
fantasía de la hecatombe, el escenario virtual de un enfrentamiento
entre cubanos que durante cuatro décadas han deseado en el silencio de
sus almas y legitimado en las vociferaciones de sus discursos. Porque
unos y otros se sienten incompletos, vulnerables y poco patriotas sin
esa ceremonia de sangre, que los redimirá de tanto rencor y tanta
demagogia”. Rojas tiembla ante la perspectiva de un probable
enfrentamiento futuro entre cubanos. Como si no lleváramos ya medio
siglo de enfrentamientos en el que Castro ha golpeado siempre sin piedad
a sus opositores y a todo el pueblo. “Unos y otros se sienten
incompletos, vulnerables y poco patriotas sin esa ceremonia de sangre,
que les redimirá...”, clama Rojas. Pero, ¿cómo puede hablar de ceremonia
de sangre en futuro? No, señor “intelectual”, la ceremonia de sangre la
viene practicando Castro desde hace medio siglo, y la continuará
practicando mientras exista su régimen. A Rojas le espanta lo que pueda
suceder, no lo que ha estado, está y estará sucediendo mientras exista
el castrismo. Me recuerda el infame titular del periódico español
paradigma de la izquierda, El País, al día siguiente de la masacre del
11 de septiembre: “El mundo en vilo ante la posible represalia de Bush”.
El mundo no estaba horrorizado por la bestialidad terrorista, no, estaba
horrorizado por la justa y probable respuesta de Estados Unidos.
Estos intelectuales de nuestros pecados, modélicos, educados y
ponderados si de Castro se trata se oponen sistemáticamente a cuanta
medida de presión sobre el régimen decidan aplicar los Estados Unidos o
Europa. Son, como regla, más críticos de Bush que de Castro. Aprovechan
sus posiciones académicas o como miembros de Think Tanks “liberales”
para arremeter contra todo cuanto pueda dañar a Castro. Claro, lo que
dicen es que defienden al “pobrecito” pueblo cubano que según ellos es
quien sufrirá las consecuencias. Como si ya no estuviera por casi medio
siglo sufriendo consecuencias. Así, recientemente, no sé bien que Think
Tank de esos, repudió con dureza las conclusiones de la Comisión Powell
porque, según los “sesudos” académicos, se preocupa más por una rápida
conquista de la libertad que por una transición “gradual”. Entre los
firmantes el eminente académico Jorge Domínguez y la muy docta Marifeli
Pérez-Stable.
Ese es el problema, que Biscet, Rivero y tantos otros son unos “desesperados”.
Nada menos que quieren la libertad ¡ya! Pues no, hay que esperar unas
cuantas décadas más de transición “gradual”. O tal vez esperar por las
Calendas Castristas y académicas.
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