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La Solución.
Por: Orlando Fondevila.

A propósito de mis reflexiones en el artículo “Teoría de la Transición Blanda” he venido recibiendo algunas observaciones. Me parece estupendo que quienes no dejamos de pensar en Cuba seamos críticos y busquemos llegar al final en nuestros análisis y procuremos hallar la solución a nuestro drama nacional. Sólo que las cosas en política y particularmente en nuestra revesada historia y realidad en estos últimos cuarenta y cinco años no tienen UNA solución. Quiero simplemente subrayar UNA, porque si así fuera, si existiera esa UNA solución, todo habría ya sido resuelto. Si existiera esa UNA solución no habría nada que discutir o proponer. Por lo tanto no se trata de encontrar esa mágica UNA solución, sino de que los varios caminos convergentes que apoyemos sean eso, convergentes, y nos conduzcan a una verdadera transición hacia la libertad y no a una transición a medias. No se trata tampoco de proponer una “teoría de la transición <dura>” como algún despistado me ha pedido. Transición genuina y punto.

Son muchas las soluciones que hemos intentado los cubanos durante casi medio siglo. Se han probado todas las vías posibles sin éxito hasta ahora. Se ha intentado desalojar a la dictadura del poder por medios violentos y por medios pacíficos, con presiones internacionales y con políticas de apaciguamiento. Sin éxito. Hasta ahora. En lo único en que sí hemos tenido éxito ha sido en nuestra persistencia. Nunca, ni en los momentos más amargos en que parecía que la dictadura era imbatible y que el comunismo se apoderaría del mundo los cubanos hemos desistido. En los últimos años, a tenor con la genialidad de Ricardo Bofill y demás fundadores del Comité Cubano pro Derechos Humanos, se ha desarrollado un heroico movimiento de oposición pacífica al interior de Cuba que ha dado un vuelco significativo a la lucha por la libertad. Son unos cuantos cientos o miles de hombres y mujeres que han dicho ¡No! y han denunciado desde dentro de la Isla la terrorífica situación violatoria de los derechos humanos y las libertades fundamentales institucionalizada por el régimen. La mera existencia de esa oposición o disidencia pacífica pone en jaque al régimen. Nadie podría restarle mérito o protagonismo a la oposición interna en el proceso de cambios radicales que demanda la sociedad cubana. Sin en esos hombres y mujeres admirables sería impensable la transición en que estamos empeñados.

Ahora bien, dicho esto, tenemos que preguntarnos con seriedad si la oposición interna, POR SÍ SOLA, podría poner punto final a la dictadura. Mi respuesta categórica es no. La oposición interna es un elemento imprescindible pero no suficiente para la solución del problema. Justamente esto es entendido por una inmensa mayoría de los opositores internos. Examínense si no las posiciones de Biscet, Marta Beatriz Roque y de prácticamente todos los disidentes, sin excepción, aunque sin con matices. Y es en relación con estos matices que modestamente apreciamos una dificultad. Cualquier matiz que divida o enfrente a la disidencia interna y al exilio cubano pone en peligro cierto, cancela en principio toda probabilidad de éxito. No por gusto el aparato propagandístico y de inteligencia de Castro tiene como uno de sus objetivos principales provocar esta división. Debilitar al exilio y dejar aislada a la oposición interna. No habrá transición genuina sin el protagonismo que se han ganado los opositores internos. Todos los opositores y no sólo los más publicitados. Como tampoco habrá transición genuina sin la participación del exilio. Con la participación de todo el exilio y no de algunos grupos. En fin, con la participación de absolutamente todos los cubanos. Sin líderes predeterminados, sin nuevos salvadores o Mesías. Serán los cubanos quienes libremente deberán escoger a sus representantes y quienes deberán decidir cómo organizar su sociedad.

¿De dónde deben salir las estrategias y los programas para la transición? Obviamente de los cubanos. Pero no hay dos tipos de cubanos. Todos los cubanos, vivan donde vivan, están en su pleno derecho de hacer propuestas. Lo más inteligente y sensato sería que se buscaran consensos. Mas constituiría un error mayúsculo que unos u otros cubanos se desconocieran. No hay una patente superior de cubanía o de derechos por vivir dentro de Cuba o por vivir en el exilio. Ese es el interés de Castro. Es gravísimo que tanto desde dentro de Cuba como desde el exilio se busquen esos enfrentamientos.

¿Discrepancias? Por supuesto que sí. Bienvenidas sean las discrepancias, que siempre que sean honestas son enriquecedoras.

Por otra parte sería más que del género tonto del género loco, o de una ignorancia política supina, creer que los cubanos (en la Isla y en el exilio) podamos conseguir la derrota de la dictadura y una transición genuina sin fuerzas de presión suficiente sobre un régimen que tiene en sus manos la fuerza descomunal de un Estado totalitario y, aunque a algunos no le parezca, considerables apoyos ideológicos y económicos externos. Por eso tenemos que continuar con la presión del embargo, y fortalecerlo si es posible. Nadie, ningún cubano quiere el control norteamericano de la Isla, pero únicamente los rehenes del virus del antiamericanismo puede pensar que ese peligro existe (como no se cansa de proclamar maliciosamente Castro) o de que ese sea el problema de Cuba. Por recordar a Martí, tan manipulado siempre, no estaría mal tener presente su tremenda advertencia cuando organizaba nuestra guerra de independencia: “sin el apoyo de Estados Unidos la independencia de Cuba sería muy difícil de conseguir y aún más difícil de mantener”. Buscar ese apoyo y controlarlo según nuestros intereses es nuestro deber.

Nadie quiere violencia ni guerra. Nadie la está hoy invocando. El sentido al día de hoy de toda la lucha de la oposición cubana, tanto dentro como fuera de la Isla, es la de alcanzar la libertad por vías pacíficas. Pero estamos en una situación de enfrentamiento entre quienes queremos la libertad y quienes quieren mantenernos a toda costa en la esclavitud. Esos, nuestros esclavistas, no han dudado nunca ni dudan ahora en el empleo de la violencia. ¿Lograremos desarmar la violencia enemiga con nuestra lucha pacífica y con las presiones que podamos recabar? Puede que sí. En eso estamos. Pero si no lo conseguimos, ¿abdicamos de la libertad? El propio preámbulo de la Carta Universal de los Derechos Humanos recoge el legítimo derecho de los pueblos a la rebelión cuando no existen otros caminos para recuperar sus libertades.

No hay, pues UNA solución. La solución es una combinación de tácticas por los opositores internos y por el exilio, de presiones de todo tipo, de desprestigiar cada vez más al régimen, de debilitarlo, de hacerle insostenible el poder. Sólo el futuro dirá cuál será el desenlace. Y obtendremos la victoria siempre que no desistamos en nuestra firmeza y siempre que no olvidemos la naturaleza perversa e inescrupulosa de nuestro enemigo.