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Artículos
Cementerio de cubanos
Por Antonio Conte
En las afueras de Addis Abeba, sobre una colina helada, se levanta,
imponente, una iglesia Copta. Junto al templo, un cementerio de soldados
cubanos. Un etíope alto, de dientes blancos y parejos, como los dientes
de casi todos los habitantes del país, custodia el camposanto.
Se abre la verja de hierro y el viento helado de la cumbre se mezcla con
el chirrido del metal y los murmullos de los feligreses que salen y
entran en la iglesia. Los túmulos se levantan a ambos lados del sendero
donde crecen girasoles, margaritas, rosas, begonias y flores exóticas de
Etiopía. Cementerio sin cruces ni epitafios. Sólo los nombres de los
muertos, las fechas de nacimiento y la muerte. Apenas tres, cuatro
docenas de sepulcros.
Nadie sabe si ese hombre alto, celador del cementerio de cubanos, recibe
algún salario por su misión. O si asumió humanamente la tarea de no
permitir que la mala yerba y el olvido oculten las tumbas de la colina.
Yo vi a mis compatriotas muertos, tendidos junto a la iglesia Copta. Y
pregunté: ¿Qué hacían allí esos muertos? ¿Por qué fueron a morir tan
lejos? Lo más probable es que el cementerio ya no exista, y que los
feligreses que acuden al santuario no sepan nunca que allí estuvieron
enterrados jóvenes cubanos muertos en los campos de Etiopía nadie sabe
para qué. La defensa de Mengistu Haile Marian (exiliado en Zimbawe y
acusado de genocidio en su país) no justifica la muerte de un solo
cubano.
En Luanda hubo también un cementerio de cubanos, más grande que el de la
colina, en las afueras de Addis Abeba. Y se repite la misma pregunta:
¿Por qué fueron a morir tan lejos miles de jóvenes?
Los teóricos que investigan y se preguntan cuál era la ideología de
Fidel Castro, si gánster o marxista, si galgo o podenco; y algunos
escoltas del Máximo, buquenques, funcionarios de medio pelo venidos a
menos, que debaten en programas estelares de la televisión, a seis años
de la Primaver Negra, sobre las amantes que tuvo, la marca de
calzoncillos que usa, los hijos secretos, las langostas que devoró y
otras lindezas sublimes de las Ciencias Políticas (como si fuéramos un
pueblo de bobos que no sabe de la misa la hostia), podrían explicar a la
audiencia por qué fueron a morir los cubanos a Angola y Etiopía. Por lo
pronto, ya se anuncian nuevas revelaciones sobre el comandante y el
Consejo de Ministros cazando cangrejos moros en la playa del Chivo, y
las mansiones de Bolondrón y Calimete que aparecen difusas en Google
Earth.
Los soldados muertos forman parte de una historia que se olvida con
frecuencia, mientras los teóricos de la cumbiamba política profetizan (hace
veinte años que viajan en la misma patineta) la caída inminente de un
régimen que nadie está empujando para que se caiga. En tanto, continúa
el desfile por La Habana de obispos, embajadores, presidentes y
comediantes, deseándole larga vida y buena salud. ¡Dios te salve,
revolución de la farsa y la mandarria impía, llena eres de gracia como
las caderas de Ana María!
Yo vi aquel cementerio de la helada colina junto a la iglesia Copta. Y
al hombre que cuidaba las flores y las tumbas de los muertos. Y pregunté
en voz baja, para que el viento dispersara mis palabras por las cumbres
cercanas: ¿Quién va a responder por ellos y tanto sollozo acumulado?
Me despedí del cementerio con la mirada fija en las tumbas de los
soldados. Saludé al celador con un movimiento de cabeza. No dije a nadie
que estuve a punto de llorar.
Miami, Fl. viernes, marzo 27, 2009.
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