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Solos pero en pie de guerra.
Por Alfredo M. Cepero*

En estos tiempos en que nos acercamos al final de otro año de exilio, peregrinaje y desengaño la Cumbre Iberoamericana de Salamanca ha sido como un puñado de sal sobre la vieja herida de nuestra orfandad de patria. Quizás por eso nos vienen a la mente fechas que se avecinan como el 7 de diciembre y el 28 de enero en que recordamos la caída de Maceo y el natalicio de Martí, dos deidades en el altar de la patria a quienes hemos acudido con frecuencia en busca de estímulo y consuelo.

Se me ocurre, sin embargo que, más que exaltar su memoria, debemos imitar su ejemplo. Que no podemos pedirles que hagan la labor que sólo a nosotros corresponde. Tampoco permitir que la admiración de su grandeza nos paralice en esta hora de urgencia en que la inercia es un delito. Ellos son el ejemplo, nosotros tenemos que ser la acción; ellos son el cauce, nosotros tenemos que ser la corriente que haga germinar en sus riberas flores de libertad; ellos son las velas, nosotros tenemos que ser el viento que impulse la barca de la patria nueva hacia puertos de amor y de esperanza; ellos son la conciencia de la justicia ideal, nosotros tenemos que ser la voluntad que haga realidad el ideal de su justicia. Ellos cumplieron a cabalidad el deber de su tiempo; nosotros, si sabemos crecer en humildad y disciplina, perdón y generosidad, tolerancia y sentido común, podremos cumplir el deber del nuestro.

La tarea es de tales proporciones que escapa a la percepción de quienes nos sumergimos en la rutina diaria de ser buenos padres, buenos hijos y buenos maridos. No en balde escribió Montesquieu hace ya largo tiempo que :"Es mas difícil sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre". Pero difícilmente podrá ser un buen padre, un buen hijo o un buen marido quién no pueda pronunciar con orgullo, y hasta con estridencia, el nombre de la tierra donde vió la luz primera.

Tenemos, sin embargo, una esperanza. La esperanza que surge de la desesperación. El pueblo de Cuba, el de adentro y el de afuera, no es el de hace treinta años. Hoy sabemos muchas cosas que antes o ignorábamos o simplemente no queríamos ver. Sabemos por ejemplo que la liberación de Cuba no será un milagro obrado por fuerzas norteamericanas, por una acción colectiva de la OEA o por la solidaridad del llamado mundo occidental. Mis ilustres compatriotas Ernesto Betancourt y Jorge Hernández Fonseca, en sus respectivos y profundos análisis de la pantomima de Salamanca, lo han expresado con claridad y hasta crudeza. Don Ernesto escribe: “Parecía que esta cumbre iba a favorecer la libertad de Cuba. Pero nuestros hermanos iberoamericanos, por decisión unánime, nos traicionaron. Prevaleció ese cáncer intelectual que es el antiamericanismo.” Por su parte, Hernández Fonseca escribe: “Y otra vez los cubanos demócratas nos vimos solos en Salamanca, donde no tuvimos siquiera como aliado a la Colombia destrozada por la guerra civil.” Y yo digo, basta ya de sueños y de evasivas. Llegó el momento de reconocer que estamos total, absoluta y brutalmente solos. Solos en nuestro dolor y en nuestra tragedia. SOLOS PERO EN PIE DE GUERA. Guerra en todos los frentes y por todos los medios. Y aquellos que se escandalicen que cierren los ojos, se tapen los oídos y, sobre todo, se callen la boca para no estorbar la obra urgente e inaplazable de la libertad de Cuba.

Y ante esta cruel e incontrovertible realidad, me pregunto: ¿No ha sido la soledad el cardo de cultivo de apóstoles y mártires?. Ni,¿qué espíritu más hermoso o ejemplo más edificante que el del hombre o la mujer que ve deshojarse la flor de su juventud o caer las últimas hojas del otoño de su vida en la soledad de las cárceles comunistas por el único delito de amar la libertad más que la vida?. Que pequeñas e inconsecuentes parecen nuestras quejas cuando se les compara con su sacrificio anónimo y hasta ahora infructuoso. Es difícil encontrar palabras para describir este martirio. Pero quizás no haga falta decir mucho, porque unas pocas palabras adquieren significación universal cuando van acompañadas de una acción que haga honor al verbo hacer, entendido en su acepción más positiva y edificante. Esa sola palabra bastaría para resumir la consigna simple y eficaz del momento actual: "Hacer", no deshacer, reunir, no dividir, sumar, no restar y todo ello dentro de una matemática de la tolerancia que despeje las discordias de nuestra ecuación nacional y nos dé por resultado la nación soberana, libre y justa que todos anhelamos.

Hacer sin descanso pero sin prisa, porque la prisa ha sido la madre de todos nuestros fracasos. Hacer sin esperar por nadie, porque parafraseando un poco a Martí, para liberar a Cuba no esperamos ni necesitamos reconocimiento. Hacer sin prescindir de ningún cubano que tenga las manos limpias y esté dispuesto a despojarse de su pasado para cumplir su compromiso con el presente.

Y como esa colaboración entre cubanos no podría lograrse sin un denominador común, me atrevería a sugerir que se limitara a nuestra aspiración a una patria libre, una nación soberana y una república democrática donde cada hombre pueda expresar a gritos sus pensamientos más íntimos sin temor a represalia a1guna. Lo demás, no sólo sobra sino estorba. Los cubanos de adentro y los cubanos de afuera, los cubanos cristianos, los cubanos nacionalistas, los cubanos demócratas, los cubanos “buenos" de que hablaba Martí, tenemos que fundirnos en el compromiso y el ideal para echar de Cuba a la canalla totalitaria y asesina que a ellos les robaron la libertad y el pan, a nosotros el derecho a vivir y morir en tierra propia, y a todos la dignidad mínima para sentirnos y 11amarnos hombres.

Ahora bien, esa dignidad perdida no la vamos a recuperar con el triunfo de un grupo o partido sobre otro, sino con una reconquista de la patria que garantice la libertad para todos los cubanos. Una libertad que, para perdurar, tendrá que ser el producto de nuestro esfuerzo. Porque los pueblos quo reciben la libertad de regalo son como esos ricos qua han llegado a la opulencia por lotería o por herencia. Casi siempre dilapidan sus bienes porque carecen de la capacidad para administrarlos o del apego que nace de haberlos logrado con su trabajo.

Y esa nueva nación, que de tanto añorarla muchas veces nos ha parecido un sueño--pero de la que nos separa solamente la dimensión de nuestro coraje--deberá conceder la máxima prioridad a una administración racional de la libertad que garantice ese equilibrio saludable entre el estado y el ciudadano que caracteriza a las democracias más maduras. Porque el predominio de uno sobre el otro conduce fatalmente a esos males de la democracia, conocidos y sufridos durante largo tiempo por el pueblo de Cuba, que son el libertinaje o la tiranía.

Para garantizar ese equilibrio están las constituciones, las leyes y los códigos; pero nosotros sabemos que 1os mismos no son suficientes. Porque la norma escrita, para ser eficiente y operante, tiene que contar con la aplicación equitativa y el acatamiento disciplinado. Y esa es tarea que depende única y exclusivamente de la formación cívica, la calidad moral y la moderación de los ciudadanos que integran el pueblo de una nación.

Por lo tanto, nosotros somos el primero y el último recurso de la patria. Nosotros somos los guardianes de su libertad, el tribunal supremo de su justicia, los arquitectos de su democracia, los obreros de su prosperidad, la harina de su pan, el azúcar de su caña, el sinsonte de su alborada, la palma de su dignidad, la sal de su alegría y de sus mares, y el azul de su cielo y su esperanza. No nos queda otro remedio que aceptar el reto y cumplir el compromiso. No tenemos derecho ni posibilidad de negar nuestro concurso a la reconquista de la patria. De esta no nos salva nadie, ni siquiera Martí con su doctrina ni Maceo con su coraje. Porque Martí y Maceo duermen su sueño bien ganado y esperan que sus cachorros sepan afilarse los dientes para destrozar de una dentellada al monstruo de la tiranía oprobiosa.

Es innegable que estamos solos en nuestra lucha, pero bendiciendo la oportunidad de crecer en el sacrificio y el heroísmo. Bendita sea, por lo tanto, esta soledad que nos hará más conscientes de nuestras energías como pueblo. Bendita sea esta soledad que, al demandarnos mayores sacrificios, nos hará más maduros para administrar la República Democrática de mañana. Bendita sea esta soledad que, al obligarnos a la liberación de la patria por el esfuerzo único de sus hijos, hará posible la inauguración de la Cuba sin compromisos ni sumisiones que postuló Martí en 1895. Y bendita sea esta soledad que nos permitirá, en el holocausto de la reconquista, encontrar el lugar digno y empinado de pueblo orgulloso de sus tradiciones y su historia que nos corresponde bajo el sol.


Miami, 30 de octubre del 2005
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*Alfredo M. Cepero reside actualmente en Miami y es Secretario General
del Partido Nacionalista Democrático de Cuba.