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El marabú del exilio
Por Alejandro Armengol

En su discurso por un nuevo aniversario del asalto al Cuartel Moncada, el gobernante interino de Cuba, Raúl Castro, hizo una descripción realista, por momentos casi desoladora, de las dificultades económicas y sociales por las que atraviesa la isla. Me pregunto cuándo, aquí en el exilio, vamos a iniciar un análisis, con igual o mayor rigor, sobre el papel político de una comunidad que ha quedado rezagada mientras contempla inerte una sucesión que culmina y una transición que comienza.

Si los campos de la provincia de Camagüey se ven hoy invadidos por el marabú, un arbusto espinoso que siempre ha constituido una plaga vegetal que brota fértil en la tierra cubana abandonada, igual mezcla de resistencia e inutilidad se encuentra en la actitud de quienes han envejecido con la ilusión de llevar a La Habana sus aspiraciones pasadas de moda. Esos que, perdidos en la soberbia y el desprecio, pasaron por alto todas las oportunidades de jugar un papel más eficaz en el futuro cubano. Los farsantes de la radio, los demagogos del Congreso y los aprovechados de las diversas organizaciones de divulgación y ayuda de ''la causa cubana'', siempre empeñados en la retórica antigua y el afán perenne de engrandecer tonterías.

En el año transcurrido desde que Fidel Castro cedió temporalmente el poder a su hermano Raúl, el conjunto diverso de los más variados líderes del exilio, legisladores cubanoamericanos y supuestos expertos y comentaristas de la prensa radial y escrita demostraron como nunca antes su ignorancia sobre lo que ocurre en Cuba. Ante el aparente estancamiento que caracterizó a una sucesión silenciosa aunque visible, las respuestas fueron desde el optimismo incontrolable a los preparativos para formar gobierno. No se desperdició tribuna alguna en que exponer puntos de vista, brindar cifras, recordar experiencias a veces muy lejanas y fraguar proyectos. Doce meses vividos con la intensidad y el aplomo de no olvidar la celebración de reuniones periódicas, aprovechando la abundancia de restaurantes regados por el mundo, en las cuales siempre se enfatizó la necesidad de la justicia antes de llegar los postres.

Tanto gasto de tiempo y recursos no impidió un error importante: el apostar al fin de Fidel Castro. La realidad se ha empeñado en recorrer otros rumbos. Negarse a verla es vivir en una ilusión permanente. Intentar exponerla es arriesgarse a ser calificado con adjetivos poco sutiles, de amargado a procastrista. No sumarse al coro de los simuladores es desperdiciar un medio lucrativo y fácil, que permite vender mentiras bajo un disfraz patriótico y comunitario. Sin embargo, ningún insulto, premio al mentiroso o derroche de gloria local al equivocado servirá de freno.
Por supuesto que cuando la muerte de Castro ocurra será noticia mundial. No hay que subestimar el hecho y tampoco echar a un lado las repercusiones que tendrá en el comportamiento y las expectativas de quienes viven en la Isla. Pero nada de esto debe impedir analizar que en Cuba está en marcha un proceso de consolidación acelerada de un nuevo gobierno, con cambios paulatinos que se llevan a cabo con la mayor discreción posible y en escala reducida, en medio de estancamientos que más de una vez han puesto en duda sus etapas, sin por ello eludir por completo una necesidad --y lo que es más importante, una voluntad-- de efectuarlas.

Ante todo, ha faltado en Miami una valoración realista de lo que Raúl Castro no quiere cambiar, para a partir de ahí tratar de ver las posibilidades que existen de influir o participar en un proceso de transformación que se define lento y prolongado. Esta actitud negativa ha respondido al temor de perder el poder político y el control de la imagen de la comunidad exiliada. Ese es el miedo que tiene el sector que ha monopolizado ambas funciones durante décadas.

Las alternativas han sido dos. Hacer un análisis de la situación en la isla, que inevitablemente lleva a un replanteamiento del papel del exilio, o resignarse a un aislamiento aún mayor. Al cabo de un año, está claro que se ha preferido la segunda. La ciudad convertida en otra isla, donde un grupo de ''personalidades'' cuenta los días que le quedan al último gobernante afín a sus intereses. Para ellos, la salida de George W. Bush de la Casa Blanca marca el fin de una era. No importa quien venga después, si demócrata o republicano. No resultará igual de fácil secuestrar la política nacional hacia Cuba y reducirla a una agenda tan estrecha.

El ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) no va a abandonar el modelo socialista, sino todo lo contrario: buscará fortalecerlo. La superestructura ideológica se mantendrá sin cambios. Esto quiere decir que el discurso político continuará siendo antiimperialista, comunista y cerrado al reconocimiento de las libertades individuales y los derechos humanos y ciudadanos típicos de las democracias occidentales. Raúl va a intentar que el socialismo funcione. Que lo logre es otra cosa.

Hay dos aspectos importantes del discurso de Raúl Castro que Miami no debería pasar por alto. Uno es el reconocer que la situación en la isla aún es propia del llamado ''Período Especial''. Este reconocimiento le servirá para justificar cualquier reforma económica que intente llevar a cabo. Otra es la voluntad de dialogar con la próxima administración norteamericana. Nada espera, nada intentará Cuba con el actual gobierno estadounidense, salvo que se produzca una crisis. Para el exilio, ambos puntos pueden sintetizarse en dos posiciones: aislamiento o reformismo. Mientras tanto, que disfrute el llamado exilio de ''línea dura'' los meses que restan de Bush en la Casa Blanca. Luego sólo le quedará la nostalgia.

Fuente: El Nuevo herald
30 de julio del 2007


El MCUD y SOS Justicia consideran que mientras no se Unan todas las partes que quieran aplicar algunos de los métodos de lucha reconocidos por la Historia y mientras los fondos y la solidaridad estadounidense no se destinen a estos activistas dispuestos a enfrentar la maquinaria comunista con métodos efectivos no habrá ninguna posibilidad de libertad para el pueblo cubano oprimido. Esta formulación fue hecha por nuestros próceres quienes a través de sus pensamientos dijeron que la libertad se conquista únicamente con la fuerza y tiene un alto precio.